domingo, 30 de enero de 2011

Mi primer día: Todo comienza hoy


Perdón, perdón por no haber escrito antes, aunque me esté disculpando ante nadie, pues nadie ha visitado este blog. Por eso comienzo pidiendo perdón, porque es fácil hacerlo cuando no hay nadie esperando esas disculpas. ¿Quién va a querer oír a un director escolar hablar de su trabajo? A lo mejor un inspector aburrido que quiera tomar nota para futuras actuaciones o alguien del servicio de planificación por si encuentra indicios que le lleven a confirmar la actual política de recortes económicos y de personal.
Aun así, queridos fantasmas, os diré que cuando me senté en la mesa de mi despacho (pequeñito, modestito, con un gran cartel acristalado en la pared del fondo que decía Educando en la Paz), entró el conserje y pidió tener una conversación seria, muy seria, sobre sus funciones y las de su compañera. Al verme un tanto desconcertado, rebajó la gravedad de su gesto y me explicó que estaba cansado de atender tareas que estaban fuera de su competencia por un mísero sueldo, algo que pude comprobar cómo muy cierto, y de aguantar a veces la incomprensión, cuando no la mala educación tanto de alumnos como de padres y, alguna vez que otra, de algún profesor. Me puso sobre la mesa una copia de las funciones de su colectivo, gentileza de algún sindicato, y me dijo que no iba a realizar trabajo alguno fuera de sus deberes. En ese momento de la conversación se abrió la puerta bruscamente y un colega visiblemente alterado me gritó que un alumno le acababa de insultar y de hacer un corte de mangas.
Un individuo ajeno a este mundillo se extrañará de lo que estoy contando, no por el hecho en sí, ya que lamentablemente ocurre más a menudo de lo que se piensa, sino porque un director nuevo comienza su función el uno de julio, cuando los únicos alumnos que hay en el centro son los que están haciendo la matrícula para el curso que viene. El profesor estaba que se subía por las paredes y yo no entendía bien lo que me estaba diciendo. Por fin comprendí que el alumno no estaba de acuerdo con la decisión del departamento de Lengua y Literatura Castellana sobre la reclamación que había interpuesto ante el resultado de su nota final y, viendo que los miembros del departamento ratificaban su suspenso en la asignatura, el nota le había soltado que eran unos dictadores (supongo que habría oído ese término en alguno de los programas de televisión que tanto entretienen hoy en día) y les hizo un corte de manga
Le dije al profesor que me acompañase para buscar al alumno, y al conserje que volviese a su puesto de trabajo para seguir la conversación después. Cuando llegamos a la entrada, vimos al alumno fuera de la puerta principal del centro con actitud desafiante y hablando con otros compañeros. Lo llamo y, de mala gana, entra en el centro de nuevo. Intento llevarlo a mi despacho pero se niega diciendo que no pasa si el profesor, y jefe del departamento de la asignatura antes mencionada, está delante. Se inicia entonces una discusión en la que hablan, por decirlo de alguna manera, el alumno y el profesor y en la que intento meter baza sin conseguirlo. Inexperiencia.
En frente, una cola de padres y alumnos aguardando su turno frente a la oficina para hacer la matrícula, todos atentos al espectáculo, e imagino que algunos disfrutando íntimamente. Como estábamos al lado de la conserjería, y dado que los contendientes, empeñados en la lucha dialéctica, no me escuchaban, le ruego al conserje que desplace la cola al otro extremo de la oficina para evitar seguir dando una función como aquella, a lo cual me contesta desde el otro lado de la ventanilla, también en tono elevado, que esa no era parte de sus funciones, y me pregunta si no me había enterado de la conversación que habíamos iniciado con anterioridad. Es decir, mi autoridad no por los suelos, sino por las cañerías del instituto: ante padres, alumnos, personal no docente y el caniche que sostenía en sus manos una madre de las de gama alta de bisutería. Me vi a mí mismo como un fracasado del peor tipo, de aquellos que pierden la batalla antes de pensar siquiera la estrategia para afrontarla. Y de pronto, un coleguilla de pelo pincho, con anillos hasta en la campanilla de la garganta y un cordón tan reluciente como una joya de Nefertiti, gritó: ea, se acabó el chow, tos al otro pasillo, andando, no veis que este tío, (o sea yo), está rallao, vamos! Y se obró el milagro. Los que formaban la cola se fueron desplazando, a regañadientes, y yo solo tenía ojos para el caniche que, mirándome con desprecio, parecía insinuar que con mi tamaño no había tenido ni la mitad de su coraje canino.
Cuando pude, calmé la situación adoptando las medidas que debía haber puesto en marcha desde un primer momento y me dirigí a mi salvador para agradecerle su intervención de forma discreta. El chaval no pareció dar importancia a su intervención y en respuesta se limitó a preguntarme si podía colarlo para matricularse pronto pues tenía un asuntillo que atender. Sonreí y, no pudiendo evitar mirar el tatuaje que llevaba en su brazo, le pregunté: ¿ y eso de 21 cm? A lo que él respondió: a ti te lo voy a contar.

PD: días después el conserje me explicó que su actitud no era más que parte de una novatada de iniciación en el cargo que iba a desempeñar. Sin comentarios. Lo cierto es que ahora es alguien que me ayuda enormemente en el trabajo, aunque siga gastándome bromas de dudosa gracia.