Carlos
vio el mar por primera vez cuando tenía diecinueve años. Fue en Nerja,
ese pueblo que dejó de ser un enclave turístico de tímida relevancia
para convertirse en paisaje emocional de varias generaciones que
vivieron con angustia el momento en que Antonio Ferrandis moría en la
pequeña pantalla al son de unas sevillanas de corte melancólico y cierto
aire marinero.
No
llegó allí en plan turista, sino acompañando a un grupo de alumnos del
internado en el que vivía. En realidad, había sido Carlos quien les
vendió la idea de visitar aquel pueblo azul en que se había rodado la
serie que tanto había impactado a los pequeños durante ese curso.
Encontró la manera de cumplir un sueño largamente anhelado sin tener que
pagar un dinero que no tenía, pero que sobraba con creces a aquellos
muchachos. Y fue hermoso ver el mar en Nerja, asomarse al Balcón de
Europa y, en algunos rincones y calles, reconocer algunos de los
escenarios naturales en los que transcurría la trama de la serie.
Porque, todo hay que decirlo, Carlos también fue otro enamorado de las
aventuras de aquellos chavales que disfrutaron el verano de su vida. A
él le impactó especialmente el momento en el que Julia, la maestra,
abandonaba el pueblo en un taxi con el rostro lleno de lágrimas mientras
se escuchaba “El final del verano” del Dúo Dinámico. Ahí comprendió que
la historia no tendría continuación porque, como él mismo se decía con
diecinueve años, experiencias tan inolvidables sólo podían tener lugar
una vez en la vida. Es curioso que se quedase en la retina con el
personaje de la maestra: la que cargaba con la maleta de los valores y
las enseñanzas universales, la que aportaba cordura y apostaba por la
toma de conciencia ante las injusticias. Siempre habrá que agradecerle a
Mercero aquellos momentos televisivos, aquel silbido musical que volaba
junto a las bicicletas con el Mediterráneo de fondo. ¿Algo cursi
quizás? ¿Mucho, tal vez? Qué más da. Aún hoy, emociona. Y lo hace porque
es puro entretenimiento.
Esta
tarde, Carlos cogió su coche y se acercó a otro mar. A una playa
inacabable guardada por verdes pinares. Desde allí se contempla un
voluminoso océano tintado de un azul más oscuro e intenso que aquel mar
turquesa que vio hace tantos años. Se sentó en una silla mientras sus
sobrinos jugaban en la orilla a enterrarse bajo capas de húmeda arena.
Pertrechado bajo unas gafas de sol, observó un enorme cuadro
costumbrista en el que no faltaban unos jóvenes emulando a los
futbolistas del momento y una pareja de ancianos sentados bajo una
discreta sombrilla, cuya mirada, quieta y serena, traspasaba la línea
del horizonte. No dejaban de pasar aquellos que aprovechan para caminar
sobre la fresca espuma que las olas dejan una y otra vez reposar en el
borde que separa el agua de la tierra. Dos chicas animaban a una tercera
a remojarse, intentando, con sus chillonas voces, llamar la atención de
los espontáneos del balompié. Un matrimonio discutía si meter a su
pequeño bebé en un mar que se embravecía por momentos. Y mientras el
viento arreciaba y las toallas hacían amago de echar a volar, en el oído
de Carlos sonaba machaconamente la melodía de Amarcord. Y es que
este hombre veía aquel paisaje humano desde la perspectiva de un tiempo
que ni siquiera él había vivido. Tan confundido estaba entre los
fotogramas de esa película tan hermosa y la realidad que empujaba a las
olas hasta sus pies que, en un momento determinado, le pareció ver a un
joven levantar su brazo frente al sol que ya caía sobre el agua, y la
melodía que escuchaba se fue perdiendo para dar paso a las notas de una
sinfonía que, sin duda, Mahler habría compuesto para Muerte en Venecia. Ah, el cine.
Cuando
se marchaba, dirigió su mirada a sus sobrinos que iban dejando las
migas sobrantes del bocadillo para que las comieran las gaviotas. Aves
que eran las verdaderas dueñas de aquella playa, prestada aquella tarde
para que el resto de los mortales soñáramos con un paraíso que nunca
lograremos disfrutar.
PD.
Gracias a los que cada vez que he abierto el blog aparecéis como
seguidores. Gracias a los que lo habéis leído, a los que lo habéis
recomendado, un millón de gracias por vuestro interés. No oculto que me
hubiese gustado llegar a más gente, pero no soy tan iluso. Hay miles de
blogs, y muchos con una temática más atractiva que la que yo ofrezco.
Por eso, por vuestra fidelidad, un enorme abrazo. Descansad, disfrutad.
Buen verano y hasta siempre.
Manuel Gomar