jueves, 30 de junio de 2011

Medianoche en Chania

De repente se me llenó el dormitorio. Algunos se sentaron en los bordes de la cama, otros decidieron permanecer en pie, bien apoyados sobre el quicio de la ventana mientras fumaban un cigarro o reclinados sobre la cómoda. Había uno sentado en la silla donde coloco la ropa que me pongo al día siguiente. Incluso alcancé a ver a otro que me daba la espalda. Durante un momento hubo un tenso silencio. Como no comprendía bien lo que hacían allí y me sentía intimidado, callé y esperé. Después comenzó el interrogatorio.
Hitchcock.- ¿Porqué miras tanto la ventana de enfrente?
C.- ¿Debo contestar a eso?
Hitchcock.- Para eso hemos venido. No tengo intención de perder un minuto más de lo necesario. Tengo al equipo y a Grace esperando para rodar una escena esencial. La ahogan en una piscina llena de sangre. Y muere, naturalmente. A ver. Explica la fijación que tienes por esa habitación.
C.- Ahí está el dormitorio en el que dormía una persona muy importante para mí.
Fellini.- ¿Una voluptuosa mujer de pechos grandes?, ¿tal vez una sirena de curvas sugerentes y pelo sedoso?
C.- No, un joven de treinta años, delgado, miope y de piel lechosa.
Fassbinder.- ¿Era tu amante? ¿Lo deseabas?
C.- No, no era mi amante. En cuanto al deseo, siempre sentí ganas de abrazarlo, de achucharlo. Necesito tocar a la gente. Que me toquen. Mi cuerpo se relaja cuando alguien súbitamente deja caer su mano sobre mi hombro. Ese gesto vale más que mil palabras de afecto, de consuelo, de halago. Cuando cojo las manos de otra persona entre las mías para mostrarle cariño o complicidad, casi no me importa que me escuche, quiero que me sienta. ¿Deseo hacia él? Sí, deseos de conversar con él durante horas, de pasear por calles, parques y jardines a horas imposibles, de mirar y recrearnos ante una pintura de Turner, de tomar una taza de té en la pequeña terraza del piso que compartíamos antes de que...
Spielberg.- ¿Antes de qué? ¿Hubo una fecha?
C.- Sí, el 12 de Diciembre de 1992. Esa tarde mi hermano se lo encontró tirado en el suelo de su habitación, paralizado de medio cuerpo, aún consciente y sin poder articular palabra alguna. La ambulancia lo trasladó al hospital, donde por cierto no funcionaba el aparato del TAC. Entonces nos fuimos a otra ciudad mayor, lo operaron de urgencia sin estar seguros de si sería capaz de sobrevivir a la intervención.
Lean.- ¿Qué recuerdas de ese día con mayor intensidad?
C.- Recuerdo la fría escalera donde el doctor que lo había operado y yo nos sentamos. La tenue luz que iluminaba aquel lugar impedía que viese con claridad el rostro del médico. ¿O era el cansancio y la ansiedad? No sé. Eran más de las tres de la mañana. Recuerdo que me dijo que el peligro no había pasado, que no podía asegurarme en qué estado quedaría si lograba sobrevivir, pues la cirugía había sido invasiva y había una parte del cerebro dañada irreversiblemente.
Erice.- ¿Porqué te dio el médico esas explicaciones a ti?
C.- Su familia vivía lejos. Su madre y su hermana llegaron al amanecer. Los meses de hospital que siguieron a aquel día y los tres años que logró vivir, los pasó con esa hermana. También con mi hermano, quien tanto lo quiso. Y conmigo.
Welles.- Creo adivinar que fueron unos tiempos duros.
C.- Duros para él. Al principio, meses de cama, después meses en una silla de ruedas, al final, el apoyo de la muleta y el brazo de cualquiera de los tres. En el momento en que  comenzó a utilizar la silla, habían estrenado la primera película de Alex de la Iglesia. Entonces, cuando íbamos por la calle, yo le preguntaba: ¿Quiénes somos? Y él respondía con un hilillo de voz: Acción mutante, somos acción mutante
Lee.- ¿Algún viaje?
C.- Muchos en pocos años. Los que hicimos antes de aquel día fueron maravillosos: Lisboa, Londres, Creta (allí esta Chania y su espléndido puerto veneciano). Los que vinieron después fueron aun mejor: Barcelona, el Algarve portugués, Lisboa de nuevo. Siempre Lisboa.
Eastwood.- Eres duro de mollera. ¿Acaso no has entendido la pregunta?
C.-  Perdón, es cierto, soy lento. Fue un viaje hacia delante, siempre hacia delante. Un viaje que me hizo ver y creer en el tesón, la resistencia, la ilusión, la convicción, la lucha sin cuartel, la paciencia, las ganas de vivir, el deseo de seguir poniendo en práctica una vocación. Me enseñó tanto a mí y a los que lo rodeábamos. Cuánto amor nos dio en tan poco tiempo.
Peckinpak.- ¿Algún día especialmente difícil?
C.- Una mañana fui a la clínica de rehabilitación en la que llevaba dos meses. Me había llamado la fisioterapeuta para decirme que no colaboraba. De seguir así, me dijo, no conseguirá abandonar la silla de ruedas. En ese momento estaba colgado sobre un espaldar de madera. Me fui para él y le grité con todas mis fuerzas, lo zarandeé hasta que vi correr sus lágrimas Días más tarde me volvió a llamar para decirme que había habido un cambio en su actitud a mejor. Sus palabras sonaban lejanas. Eran mis pensamientos los que no dejaban escuchar a aquella mujer. Nunca había tratado a mi amigo de esa forma, con aquella rabia. Reaccionó a mi furia, pero me sentí culpable y estúpido. ¿Y si no hubiera conseguido el efecto que buscaba? ¿Qué sabía yo sobre cómo afrontar una situación así?
Buñuel.- ¿Remordimientos? ¿Arrepentimiento tal vez?
C.- Sí, de no haber pasado más tiempo con él, aunque a algunos les pareciera demasiado. Triste por no haber disfrutado de su compañía todo el tiempo que me fue brindado.
Capra.- Háblame sobre un día feliz.
C.- Te hablaría de tantos, pero te mencionaré uno muy especial. Fue el día que entró en la pequeña aula en la que habíamos convertido el Departamento de Inglés para que pudiese dar clase de refuerzo a alumnos con problemas para aprender la asignatura. No olvidaré su rostro, su sonrisa, el nerviosismo que desprendían sus movimientos. Era la misma felicidad que siente un niño la noche de Reyes. Por fin regresaba a su hábitat, el instituto. Y a su trabajo, enseñar. Lo que mejor hacía del mundo.
Fernán Gómez.- Una frase, pero sólo una, ¿eh?
C.- Me queda claro. La que le dije minutos antes de morir mientras besaba su frente. Pero esa frase se queda para él y para mí.

A todos los que trataron y quisieron a Luciano.

viernes, 24 de junio de 2011

El silencio

Hace unos años pasé un invierno muy duro. Y no precisamente por el clima, pues vivo en un lugar donde esa estación del año es muy benigna con los que aquí habitamos, aunque algunos como yo, nacidos en pueblos y ciudades entre montañas, añoremos de vez en cuando el frío al que estábamos acostumbrados de pequeños. Y también la nieve, esa que nos regalaba algún que otro día de vacaciones y juegos inolvidables.
El motivo de mi pesadumbre fue una información aparecida en un medio de comunicación escrita, en la que se me hacía responsable de una acción que había propiciado el que una persona accediese a ocupar un puesto de trabajo en mi centro en unas condiciones cuando menos “irregulares”.
No antes, sino después de aparecer esa noticia, una joven periodista intentó que diese mi opinión sobre las declaraciones que el máximo responsable de la Consejería de Educación en la provincia había facilitado al periódico y en las que, más o menos, venía a decir que yo había solicitado ese puesto con un perfil muy concreto. En realidad, al leer esa opinión en la forma en la que fue publicada, si es que fue transcrita fielmente, muchos lectores podían llegar a la conclusión de que yo tenía capacidad para crear y conceder un puesto de profesor a mi antojo. Yo mismo habría pensado lo mismo si no hubiera sido el implicado. La joven redactora intentó varias veces que afirmara o desmintiese esas palabras. Nunca me tomé a mal esa insistencia, pues intuía que ella seguía las directrices que sus jefes le marcaban. Se limitaba a hacer su trabajo. Pero además, y esto es importante, en cualquier momento se pudo haber comprobado que la persona que se hizo cargo de ese puesto impartía horas reales de clase de diferentes asignaturas. Horas sobrantes de algunas materias que no podían ser atendidas por los profesores con plaza definitiva en el centro, pues ya tenían cubierto su horario semanal, incluso dando más docencia de la contemplada en la normativa vigente.
Aún guardo los recortes de periódico en los que, día sí, día no, aparecía alguna pulla sobre mi persona. Normalmente en una sección que no llevaba firma. Se decía que había rumores de que sería el próximo delegado de Educación, que tenía controladas las opiniones de los profesores de mi instituto, que tenía espías dentro del claustro. En fin, me convertí de repente en un trepa sin escrúpulos para un grupo de mis compañeros, incluso para algunos que me conocían desde hacía años. Lo que muchos desconocían era que en ese periódico trabajaba el hijo de una compañera del instituto al que conocía desde que era un adolescente y al cual tenía y sigo teniendo mucho cariño. Hubiese sido muy fácil acudir a él. No lo hice.
Al cabo de un mes, aproximadamente, ese periódico publicó que yo no había tenido nada que ver con la designación de esa persona. Sencillamente, llegaron a la conclusión (imagino que una vez que analizaron cuál es el procedimiento que hay establecido para tal efecto) de que no tenía capacidad ni para diseñar un perfil, ni publicar una convocatoria, ni de mucho menos, contratar a nadie. También guardo ese recorte.
Han pasado años y dos designaciones de Delegado de Educación. También ha habido designación de cargos administrativos de relevancia en la provincia o en la Consejería. Yo sigo en mi puesto, haciéndolo lo mejor posible, equivocándome también. Un día, un compañero que llegó nuevo al centro, después de tratarme durante meses, me dijo que un sindicato le había ofrecido unas horas de liberación lectiva si era capaz de destapar “la mierda que había en la Dirección” del instituto con respecto al caso que nos ocupa. Prometí a ese compañero que no rebelaría su nombre, pues sabía que podía perjudicarle. Pero ahí está. Están más cosas, y más documentos que podía haber sacado a la luz si hubiese querido entrar en el circo mediático en el que algunos querían que participase. Detrás de todo este incidente, como muchos pensábamos, había otro tipo de intereses, aparte de los puramente académicos o laborales, legítimos ambos. Y yo nunca he tenido, desde el punto de vista profesional, más interés que mi labor docente o administrativa.
Ustedes se preguntarán por qué callé. No es sencillo de explicar sin entrar en detalles que afectan a mi intimidad y a la intimidad de otros. Pero de lo que estoy seguro es que volvería a hacer lo mismo, es decir, volvería a callar. Creo firmemente en eso de que el tiempo pone a cada cual en su sitio y a cada cosa en su lugar. Todo es cuestión de ser paciente y, aunque no lo soy  para otras cosas, entonces decidí serlo. Tuve apoyos, no demasiados, pero uno por encima de todos: el de mi pareja. La persona más honesta y sensata que conozco.
Por cierto, ha estado trece años en el paro. Haciendo algún trabajo esporádico (rindiendo cuentas a hacienda por ello, faltaría más) y hace dos semanas le han hecho un contrato de cuatro meses. Somos afortunados.  Es mucho en los tiempos que corren. Se lo merece  porque lo vale, porque lo demostró delante del tribunal donde se presentaba junto a otros candidatos.
Qué sencillo es hablar. Sale gratis casi siempre. Pero esta es una ciudad pequeña. Cuando llevas muchos años viviendo en ella, conoces a la gente, sobretodo a los que se mueven en tu ambiente de trabajo. Y conoces detalles, hechos, realidades. Cuando me llegaba lo que decían algunos, inmediatamente me venía a la memoria lo que sabía de ellos. Entonces comprendía que no me tenía que sentir ofendido. En todo caso, decepcionado, triste. 
No quería escribir sobre esto, pero sería hurtarles algo importante en mi vida profesional (y personal). Sin embargo, les digo: basta, ya está. Tengo cosas mucho más interesantes que contar para quien quiera leerlas. Hasta otra.

miércoles, 22 de junio de 2011

La bofetada

Subo a 1º de ESO C. Voy "calentito" porque llevo viendo alumnos de ese curso en mi despacho casi todos los días del año, y no precisamente para darles una palmadita en la espalda por su buen comportamiento o su esfuerzo por aprender. Entro en la clase y la tutora, profesional joven pero incansable en su lucha por sacar adelante a un grupo muy difícil, pide a los alumnos silencio ante mi presencia. Les explico que me encuentro allí porque acaba de suceder un incidente grave entre dos alumnos que se han pegado durante los cinco minutos que hay entre clase y clase. Observo, mientras hablo, que un alumno me ignora por completo, dedicándose a teclear en su ordenador, y le llamo la atención de una forma probablemente inadecuada. Textualmente le digo: qué ganas me están entrando de darte un bofetón. Nunca le he dado a un alumno una bofetada y no lo voy a hacer ahora ni nunca, pero es lo que te mereces en este momento por esa actitud despreciativa y altanera que estás mostrando.
Después, intenté hacer comprender al grupo que, tanto la tutora, como los profesores que les impartían clase así como la orientadora (otra mujer comprometida con su trabajo y de enorme ayuda a la hora de abordar los problemas que teníamos con esos alumnos) estaban hartos de la actitud de la mayoría de la clase y que no se iba a tolerar ninguna falta disciplinaria más. Durante mi monólogo, utilicé muchas de las argucias que he ido aprendiendo en mi experiencia como docente y como cargo directivo para intentar hacerles entender que debían modificar esa conducta tan negativa y comenzar a ser estudiantes dignos de ocupar esas sillas que ya quisieran para sí muchos adolescentes en el mundo.
Luego me llevé a mi despacho al alumno anteriormente mencionado no sin antes advertir a los que se habían pegado que llamaría a sus padres inmediatamente para advertirles de la sanción que se les venía encima. Cuando contacté con el padre del niño que tenía sentado al lado, ese que antes me había ignorado de manera chulesca, le expliqué los motivos por los que su hijo estaba en Dirección, sin omitir ninguna de las palabras que había utilizado para llamarle la atención. También aproveché la ocasión para decirle, a instancias de la tutora que se encontraba a mi lado, que el alumno mostraba de vez en cuando una actitud agresiva y de superioridad hacia otros compañeros.
Como suele ocurrir desgraciadamente de vez en cuando, ese señor sólo escuchó la parte que él creía relevante. A saber: que yo había sentido deseos de infligir un castigo físico a su hijo y que le había proferido graves insultos al llamarlo agresivo y prepotente. Esa era su interpretación de mis palabras. Ni que decir cabe que me disculpé inmediatamente por lo inapropiado de mi intervención al  intimidar al pobre chaval indicando mis deseos de darle una galleta. Me disculpé dos veces para que ese señor comprobase que verdaderamente estaba arrepentido de mi actuación (¿lo estaba?). Todo esto mientras su hijo escuchaba con atención (esta vez sí) sentado, perdón, tumbado de forma indolente en uno de los sillones de la mesa de reuniones. Para finalizar, le indiqué que no iba a retirar los adjetivos utilizados sobre la conducta que su hijo mantenía con otros compañeros, pues ese tema lo debería hablar con la tutora o los profesores que la habían observado. Él acabó diciendo que se cruzaba en la calle con algunos de ellos y jamás le habían dicho nada. Es que la calle no es el sitio  adecuado para tratar esos temas, le contesté yo. Le deseé buenas tardes y colgué el teléfono.
Dos apuntes: cuando hablé al chaval de esa forma, lo hacía desde las tripas, siendo incorrecto en la formas, que nunca se deben perder, pero utilizando un lenguaje que pensé que el alumno entendería mejor y que más de un lingüista estaría de acuerdo en afirmar que conlleva un sentido de afectividad positivo para alguien que tiene doce años. En segundo lugar, la madre llamó después y se disculpó por la reacción de su marido y el comportamiento de su hijo.
Lo dicho otras veces. En un centro escolar todos aprendemos cada día....bueno, casi todos.



martes, 14 de junio de 2011

Los amigos de Carlos

Hay un par de escenas en El color púrpura (Steven Spielberg, 1985) que hace unos días acudieron súbitamente a mi memoria. Aunque para muchos críticos la película no pasó de ser un correcto drama, algo sensiblero, y no se llevó ningún Oscar de los once a los que aspiraba, hay momentos en esa obra que son cine en mayúsculas.
En una escena, Sofia, el personaje que interpreta la ahora multimillonaria e influyente Oprah Winfrey, aparece abatida sentada en una mesa a la hora del almuerzo después de haber pasado años en una cárcel. Es el momento en que Celie (Whoopi Goldberg) se rebela por fin contra su marido y le dice que se marcha de casa. De repente, esa mujer que parece un espectro, levanta la cabeza y dice a todos que Sofia ha vuelto. Y luego, con toda la dignidad que le confiere el inmenso dolor sufrido, mira a Celie y le agradece la ayuda que recibió de ella en un momento en que creía que ya no sería capaz de seguir adelante.
La otra escena ocurre al final de la película. Por fin se produce el reencuentro de las dos hermanas que tanto se quisieron de niñas. Sin embargo, en vez de mediar palabra alguna o dedicarse las lógicas muestras de afecto, las hermanas comienzan a jugar de la misma forma en que lo hacían de pequeñas, incluso de adolescentes. Todos ese tiempo de separación se borra de un plumazo, no ha pasado, no existe.
Este fin de semana en Granada comenzó para mí con sensaciones parecidas a las que sentían los personajes que escuchaban a Sofia mientras ésta narraba sus sufrimientos, para después sorprenderse de su fortaleza. Y esto ocurría mientras me bebía las palabras de una amiga que no veía desde hace más de veinte años. Pero no era cine, era la vida, su vida. Y comprobé cómo una chica insegura, acobardada a veces, y no demasiado sensata en sus decisiones, se había convertido en una mujer fuerte, una madre coraje, una trabajadora formidable y, especialmente, una persona firmemente comprometida con aquello en lo que creía.
Y el fin de semana terminó en un bar, con otros cuatro amigos más que fueron llegando desde sitios distintos. Veinte y cinco años más tarde, ahí estábamos los seis. Los mismos que pasaron los últimos años de universidad compartiendo casi todas las horas del día juntos. Y muchas noches también.
Mientras bailábamos las canciones que solíamos escuchar en aquellos días y tomábamos una copa (bueno, a lo mejor más de una), me dediqué a observarlos. De la primera que llegó a la ciudad ya os he hablado. El que venía desde Córdoba había cambiado poco físicamente, pero desde luego lo había hecho a mejor. En él descubrí que seguía siendo una persona inteligente, de réplicas mordaces, con una hermosa y profunda mirada. Un hombre que disfrutaba esa noche escuchando a los demás e interviniendo lo justo para mostrarnos lo equivocado que alguno de nosotros estaba con respecto a su comprensión. Es, ante todo, un tío legal y bondadoso.
De Almería llegó la más pragmática. Y, sin embargo, nunca ha tenido ese adjetivo una concepción tan positiva como la que se le puede aplicar a ella. Seguía siendo una mujer decidida, de fuertes convicciones pero sensible a las opiniones de los demás. Tiene una hija ya en la universidad. Serán afortunadas ella y su hermana, pues su madre se ha encargado de transmitirles los valores más hermosos: solidaridad y compromiso con los más débiles, una participación activa en movimientos que buscan una democracia y una justicia de verdad, y siempre, respeto hacia otras ideas. Sigo admirando su valentía, aunque ella, a veces, no se vea así.
El siguiente vive en Málaga. Tenía cierto temor a verlo de nuevo. Pero, como los demás, puso el listón tan alto durante el fin de semana, que del temor pasé a mirarle embobado y a reírme de nuevo con sus ocurrencias. Es divertido, un tío que desprende alegría, humildad, sencillez. Pero sobre todo es una persona generosa, capaz, no sólo de perdonar errores y acciones desafortunadas, sino de olvidarlas por completo en aras de preservar una amistad que está, para él, por encima de todo. Es un campeón. Y un magnífico ser humano.
Por último, me toca hablar de otra amiga que también llegó de Almería. Ella ha sido con la que he mantenido el contacto, aunque fuese por teléfono un par de veces al año. Pudo haber sido el gran amor de mi vida si no fuera por… (Eso se queda en la intimidad). Con ella tengo complicidad, me hace sacar la parte más divertida que hay en mí, aunque me coja en un mal día. Es despistada, ingenua hasta para captar un chiste malo, pero esa ingenuidad la hace irresistible, al menos para sus amigos. Se hace querer en un segundo, y cuando se la quiere, es para siempre.
La última noche, como en la escena final de El color púrpura, el tiempo giró hacia atrás y, de repente, se paró en 1986. Y durante buena parte de la noche nos dedicamos a hacer lo que hacíamos en esa época: jugar. Como Celie y Olivia. Fue la forma de comunicarnos, de decirnos los unos a los otros que seguíamos queriéndonos, de expresar lo que sentíamos.
Soy muy afortunado. Un día os dije que no tenía hijos. Es cierto, y es algo que lamento. Pero lo que sí tengo son amigos. Grandes amigos.
Y sobrinos, pero eso es otra historia.

martes, 7 de junio de 2011

La conversación


Una mañana de un frío y húmedo mes de enero.
MD.- ¿Es usted el director?
DA.- Sí, pase. Usted dirá.
MD.- ¿Seguro que es usted el director?
DA.- Bueno, yo ya no estoy seguro de muchas cosas, señora, pero al día de hoy puedo afirmar que, efectivamente, soy el director.
MD.- Es que me habían hablado de usted y no se parece en nada a lo que me habían contado.
DA.- ¿En nada?
MD.- Lo miro y lo oigo y no, en nada, por eso le he preguntado.
DA.- Pues a mí me da miedo imaginar lo que le han podido contar.
MD.-Lo primero de todo que es usted muy buena persona, de verdad.
DA.- Entonces eso significa que se ha encontrado usted con todo lo contrario.
MD.- ¡Por Dios! No digas eso, hijo. ¿Te puedo tutear? Como te veo tan joven.
DA.- ¿Esperaba a alguien de mayor edad?
MD.- Pues sí, para qué te voy a mentir. Y más rellenito. Hay que ver cómo es la gente. Es que le pregunté a mi cuñada, que tiene a sus dos niñas aquí. Me dijo que viniera a hablar contigo, que tú recibías a todo el mundo aunque no tuviera cita. Vamos, me dijo: es una persona estupenda, uno de esos hombres mayores y regordetes. ¿Sabes? Yo siempre he pensado que la gente gorda es más buena que la que está en los huesos porque estos, de no comer, están amargados. Aunque tú, delgado, delgado, tampoco se puede decir que estés, ¿eh? Estás normal, que es como se tiene que estar.
DA.- Muchas gracias, pero creo recordar que también mencionó algo de que al escucharme…
MD.- Pero tutéame. Las formalidades hacen que todo sea más difícil.
DA.- Si no le importa, prefiero seguir llamándola de usted. Lo tengo como norma cuando hablo con una persona que no conozco, incluso con los padres de mis alumnos, aunque los haya tratado durante algún tiempo.
MD.- Como quieras. Tú, como más cómodo te encuentres.
DA.- Gracias. Si le parece, podemos pasar a ver qué le trae por aquí.
MD.- Mira, no me voy a andar con rodeos. Me tienes que meter a mi niño en tu instituto. Está pasando un calvario, el chiquillo. Lo tengo en ese colegio que está en la rotonda de San Isidro, en esa donde han inaugurado el monumento al santo. ¿Has visto lo bonita que se ha quedado la rotonda con la escultura de bronce? Por fin una rotonda sin fuente. Es que yo lo de las fuentes lo veo muy repetitivo. Y la de agua que se gasta..se lo digo yo a mi cuñada, ¿no nos machacan con lo del ahorro de las energías? Pues que se dé ejemplo. A mí me da igual que el alcalde sea de un color o de otro porque en todos lados cuecen habas, pero lo de este alcalde con las fuentes es obsesión. Parece que se hubiera criado en el desierto del Sahara.
DA.- Mire señora, me parece muy bien su opinión sobre la cantidad de fuentes que hay en esta ciudad, incluso puedo compartirla, pero me gustaría hacerle un par de observaciones. En...
MD.- Dime, dime. Tú al grano, pero me tienes que ayudar porque esto es muy duro.
DA.- Disculpe. Déjeme continuar, por favor. En primer lugar quiero explicarle que éste no es mi instituto, sino que pertenece a la Consejería de Educación. Por tanto, es un centro público que costean los impuestos que todos pagamos. Y en segundo lugar, le rogaría que se centrase en lo que ha venido a solicitar y con gusto la escucharé.
MD.- Pues lo que te decía. Mi niño no es un ángel, pero es que me lo están echando a perder. Me ha traído siete suspensos en Navidad, mira qué regalo de reyes. Muy inteligente no ha salido, qué me vas a decir a mí, que soy su madre, pero yo me pregunto ¿los que no son listos no tienen derecho a estudiar? Allí se ha juntado con lo peor, con la chusma, porque tiene esa querencia. En eso le sale a un hermano de mi marido, al más pequeño, que además era igual que mi suegro. Ya ves, las herencias que nos dejan, en vez de dejarnos dinero. En fin, a lo que iba. A mi Juan Gabriel le hace falta un cambio. Dejar de tratar con los gamberros con los que juega en los recreos y buscar buenas compañías. A mí me han dicho que aquí hay muy buenos maestros, de los que se preocupan de verdad por los alumnos. Y dicen que los chiquillos que tenéis son buenos también. Y yo lo he comprobado. Me ha bastado con ver las notas de mis sobrinas, las de mi cuñada. Si tú las tienes que conocer. Dos gemelas con el pelo moreno, con los ojos muy grandes, que siempre van con el pelo recogido con un cintillo del mismo color.
DA.- Ahora mismo no caigo, la verdad.
MD.- Que sí, hombre. Muy monas, las niñas. Pero claro, con la de chavaleo que tienes, sería imposible que conocieras a todos. Aunque gemelas no tendrás muchas, ¿no? A lo que iba, que se me va el santo al cielo y tú tendrás otras cosas que hacer.
DA.- No lo sabe usted bien.
MD.- Pero tutéame, hijo. Si somos personas corrientes. A mí es que la gente estirada me echa para atrás. Pues eso, a mi Juanga le iría mejor en esta escuela. Y mi cuñada me ha dicho que, estudiando el mismo curso que sus niñas, podían estar hasta en la misma clase. Las niñas me han dicho que hay dos bancos libres.
DA.- Bancos no tenemos, sillas y mesas todas las que quiera.
MD.- Qué razón tienes. Los bancos son de nuestra época, ¿verdad? Qué antigua está una. Bueno, dime que me puedo traer al niño. No sabes lo aliviada que me iba a quedar.
DA.- Pues no puedo decírselo, lo siento.
MD.- Y ¿eso? ¡Ay qué disgusto!
DA.- Mire, lo que intento explicarle es que a partir del segundo trimestre es la Delegación provincial la que decide. Si inspección considera que su hijo debe estudiar en este centro, entonces es sólo cuestión de hacer un traslado de matrícula.
MD.- O sea, que no eres tú quien manda en esto. Pero, hombre, ¿por qué no lo has dicho antes? Con todo lo que tengo que hacer esta mañana. Y, ¿dónde tengo que ir? ¿Esa inspección dónde está? Mira, déjalo. Ya le pregunto yo a mi cuñada. Es que me he dejado el cocido puesto y lo mismo, cuando llegue, me encuentro sin caldo alguno. Gracias, ¿eh? ¡Ah! Y no se te olvide ponerlo con mis sobrinas, las gemelas, ¿vale? Porque a mí la inspección esa me mete a mi niño en este colegio de la forma que sea. Adiós. Ya vendré cuando traiga a mi Juanga, que quiero que lo conozcas. Y no te quedes en las apariencias. Es que la gente cuando ve a un chaval con el cordón de oro, los zarcillos y algún tatuaje, se piensan que es un cani. ¡Qué pena! Lo dicho, te veo pronto.

MD: Madre Decidida
DA: Director Asombrado (que no da crédito a lo que ve y lo que escucha)




sábado, 4 de junio de 2011

His way

Si te gusta My way, coincidirás conmigo en que escuchar esta canción interpretada por Frank Sinatra en sus últimos años es emocionante. Esos versos, que suenan desgarrados en una voz todavía magnífica, adquieren entonces la verdadera dimensión para la que fueron escritos.
Pronto se jubilará un compañero, un amigo. Con él comencé mi andadura en el tema de la Dirección. Apenas sin conocerme, me nombró, hace casi veinte años, Vicedirector del instituto en el que ambos trabajamos. Y fui, durante una larga etapa, un compañero de viaje que aprendió bastante de lo que llamamos vocación de servicio, de alguien que la ejercía con convicción. Once años estuvo este hombre al timón de un instituto que navegaba entre su desaparición o la consolidación como centro educativo de referencia en una zona donde hay tres institutos más, algunos con la solera de haber tenido entre sus alumnos a algún premio nobel. Y fue su tesón, su sentido de la oportunidad, su intuición y rápida capacidad de respuesta los que, junto a la ayuda de muchos compañeros, lograron que este instituto sea hoy una buena elección a la hora de recibir una educación académica.
Cuando decidió que ya era hora de dejar el cargo y volver a sus clases, la administración no tuvo más remedio que entenderlo. Él nunca se presentó a ese puesto. Simplemente lo desempeñó porque era nombrado una y otra vez ante la ausencia de candidatos que lo quisieran. Sin embargo, apenas nadie, ni por parte de los compañeros ni, por supuesto, por parte de esa administración que se benefició de su experiencia durante tanto tiempo, fue capaz de darle las gracias. Las horas de más, las tardes que se hacían noches, los sábados por la mañana, y algún que otro festivo pasado en el centro, no significaron nada.
Su lucha y la de su equipo por llevar alumnos al instituto hizo que desaparecieran poco a poco los temores a ser residuales. Al contrario, la introducción de programas innovadores, la pelea por conseguir un buen colegio público adscrito que estuviese en sintonía con nuestros propósitos educativos y llenase nuestras aulas de un alumnado con ganas de acabar un bachillerato y, por qué no, el buen hacer de la mayoría de los profesores, ayudaron a lograr que hoy estemos entre los institutos en los que las familias quieren que sus hijos estudien y, algo no menos importante, en uno en que los docentes que pasan por él no quisieran dejar.
Ahora, cuando apenas quedan unos meses para que se jubile, quiero rendir un pequeño homenaje, no sólo a él, sino a toda una estirpe de hombres y mujeres que han dado mucho por la formación de varias generaciones de este país. Debe irse orgulloso. Y, como dice la canción, cuando baje el telón, él, con sus aciertos y sus errores, podrá decir que todo lo hizo a su manera.
Y su manera estuvo plena de trabajo y vocación.