De repente se me llenó el dormitorio. Algunos se sentaron en los bordes de la cama, otros decidieron permanecer en pie, bien apoyados sobre el quicio de la ventana mientras fumaban un cigarro o reclinados sobre la cómoda. Había uno sentado en la silla donde coloco la ropa que me pongo al día siguiente. Incluso alcancé a ver a otro que me daba la espalda. Durante un momento hubo un tenso silencio. Como no comprendía bien lo que hacían allí y me sentía intimidado, callé y esperé. Después comenzó el interrogatorio.
Hitchcock.- ¿Porqué miras tanto la ventana de enfrente?
C.- ¿Debo contestar a eso?
Hitchcock.- Para eso hemos venido. No tengo intención de perder un minuto más de lo necesario. Tengo al equipo y a Grace esperando para rodar una escena esencial. La ahogan en una piscina llena de sangre. Y muere, naturalmente. A ver. Explica la fijación que tienes por esa habitación.
C.- Ahí está el dormitorio en el que dormía una persona muy importante para mí.
Fellini.- ¿Una voluptuosa mujer de pechos grandes?, ¿tal vez una sirena de curvas sugerentes y pelo sedoso?
C.- No, un joven de treinta años, delgado, miope y de piel lechosa.
Fassbinder.- ¿Era tu amante? ¿Lo deseabas?
C.- No, no era mi amante. En cuanto al deseo, siempre sentí ganas de abrazarlo, de achucharlo. Necesito tocar a la gente. Que me toquen. Mi cuerpo se relaja cuando alguien súbitamente deja caer su mano sobre mi hombro. Ese gesto vale más que mil palabras de afecto, de consuelo, de halago. Cuando cojo las manos de otra persona entre las mías para mostrarle cariño o complicidad, casi no me importa que me escuche, quiero que me sienta. ¿Deseo hacia él? Sí, deseos de conversar con él durante horas, de pasear por calles, parques y jardines a horas imposibles, de mirar y recrearnos ante una pintura de Turner, de tomar una taza de té en la pequeña terraza del piso que compartíamos antes de que...
Spielberg.- ¿Antes de qué? ¿Hubo una fecha?
C.- Sí, el 12 de Diciembre de 1992. Esa tarde mi hermano se lo encontró tirado en el suelo de su habitación, paralizado de medio cuerpo, aún consciente y sin poder articular palabra alguna. La ambulancia lo trasladó al hospital, donde por cierto no funcionaba el aparato del TAC. Entonces nos fuimos a otra ciudad mayor, lo operaron de urgencia sin estar seguros de si sería capaz de sobrevivir a la intervención.
Lean.- ¿Qué recuerdas de ese día con mayor intensidad?
C.- Recuerdo la fría escalera donde el doctor que lo había operado y yo nos sentamos. La tenue luz que iluminaba aquel lugar impedía que viese con claridad el rostro del médico. ¿O era el cansancio y la ansiedad? No sé. Eran más de las tres de la mañana. Recuerdo que me dijo que el peligro no había pasado, que no podía asegurarme en qué estado quedaría si lograba sobrevivir, pues la cirugía había sido invasiva y había una parte del cerebro dañada irreversiblemente.
Erice.- ¿Porqué te dio el médico esas explicaciones a ti?
C.- Su familia vivía lejos. Su madre y su hermana llegaron al amanecer. Los meses de hospital que siguieron a aquel día y los tres años que logró vivir, los pasó con esa hermana. También con mi hermano, quien tanto lo quiso. Y conmigo.
Welles.- Creo adivinar que fueron unos tiempos duros.
C.- Duros para él. Al principio, meses de cama, después meses en una silla de ruedas, al final, el apoyo de la muleta y el brazo de cualquiera de los tres. En el momento en que comenzó a utilizar la silla, habían estrenado la primera película de Alex de la Iglesia. Entonces, cuando íbamos por la calle, yo le preguntaba: ¿Quiénes somos? Y él respondía con un hilillo de voz: Acción mutante, somos acción mutante
Lee.- ¿Algún viaje?
C.- Muchos en pocos años. Los que hicimos antes de aquel día fueron maravillosos: Lisboa, Londres, Creta (allí esta Chania y su espléndido puerto veneciano). Los que vinieron después fueron aun mejor: Barcelona, el Algarve portugués, Lisboa de nuevo. Siempre Lisboa.
Eastwood.- Eres duro de mollera. ¿Acaso no has entendido la pregunta?
C.- Perdón, es cierto, soy lento. Fue un viaje hacia delante, siempre hacia delante. Un viaje que me hizo ver y creer en el tesón, la resistencia, la ilusión, la convicción, la lucha sin cuartel, la paciencia, las ganas de vivir, el deseo de seguir poniendo en práctica una vocación. Me enseñó tanto a mí y a los que lo rodeábamos. Cuánto amor nos dio en tan poco tiempo.
Peckinpak.- ¿Algún día especialmente difícil?
C.- Una mañana fui a la clínica de rehabilitación en la que llevaba dos meses. Me había llamado la fisioterapeuta para decirme que no colaboraba. De seguir así, me dijo, no conseguirá abandonar la silla de ruedas. En ese momento estaba colgado sobre un espaldar de madera. Me fui para él y le grité con todas mis fuerzas, lo zarandeé hasta que vi correr sus lágrimas Días más tarde me volvió a llamar para decirme que había habido un cambio en su actitud a mejor. Sus palabras sonaban lejanas. Eran mis pensamientos los que no dejaban escuchar a aquella mujer. Nunca había tratado a mi amigo de esa forma, con aquella rabia. Reaccionó a mi furia, pero me sentí culpable y estúpido. ¿Y si no hubiera conseguido el efecto que buscaba? ¿Qué sabía yo sobre cómo afrontar una situación así?
Buñuel.- ¿Remordimientos? ¿Arrepentimiento tal vez?
C.- Sí, de no haber pasado más tiempo con él, aunque a algunos les pareciera demasiado. Triste por no haber disfrutado de su compañía todo el tiempo que me fue brindado.
Capra.- Háblame sobre un día feliz.
C.- Te hablaría de tantos, pero te mencionaré uno muy especial. Fue el día que entró en la pequeña aula en la que habíamos convertido el Departamento de Inglés para que pudiese dar clase de refuerzo a alumnos con problemas para aprender la asignatura. No olvidaré su rostro, su sonrisa, el nerviosismo que desprendían sus movimientos. Era la misma felicidad que siente un niño la noche de Reyes. Por fin regresaba a su hábitat, el instituto. Y a su trabajo, enseñar. Lo que mejor hacía del mundo.
Fernán Gómez.- Una frase, pero sólo una, ¿eh?
C.- Me queda claro. La que le dije minutos antes de morir mientras besaba su frente. Pero esa frase se queda para él y para mí.
A todos los que trataron y quisieron a Luciano.