Estimado Raúl: recibir tu e.mail ha sido lo mejor de una mañana tensa y llena de trabajo. No imaginaba que hubiesen pasado diez años desde que terminaste tus estudios en el instituto. Cuando te vi hace unas semanas en la calle con tu novia apenas pudimos hablar pues ambos llevábamos prisa pero prometiste ponerme al corriente de tu vida tan pronto como encontraras un hueco. Lo cierto es que intuí que no era el momento ni el lugar, quizás tampoco esperaba en realidad que fueras a llamarme o escribirme.
Fuiste un alumno trabajador, respetuoso con tus compañeros y tus profesores, amable, de sonrisa fácil y, sobre todo, comprensivo y tolerante con todo aquello que era distinto, con todos los que no pensaban como tú, interesado en temas sobre los que discutíamos en algún que otro recreo y cuando, ante la ausencia de alguno de tus profesores, me buscabas en la Dirección.
Te vi bien, agarrando con decisión la mano de una chica preciosa, hablando con la seguridad de la que siempre hiciste gala. Incluso pude apreciar cierto triunfalismo mal disimulado en algún momento de la conversación. Perdona, quizás esto último es algo exagerado teniendo en cuenta que apenas hablamos diez minutos, pero es que siempre tiendo a extraer conclusiones rápidamente, tengan poca o mucha consistencia, ya sabes.
Sigo aquí, como ves, aún ejerciendo de dire...con la de veces que te juré que serían solo cuatro años. Y sí, estoy cansado, han cambiado muchas cosas desde que eras un alumno de bachillerato en estas aulas, el trabajo y las responsabilidades son cada vez mayores y mayor me veo yo también, aunque no llegue todavía a los cincuenta, pero es que entonces era un treintañero con mucha energía y ganas de cambiarlo todo. No las he perdido, ¿eh?, si no ya me hubiese vuelto a mis clases a tiempo completo (sigo impartiendo clases a dos grupos), donde tal vez ganaría al menos en tranquilidad y sosiego.
Pero hablemos de ti. Cómo iba a imaginar que me pintarías un panorama como el que me cuentas en tu correo después de haberte visto hace tan poco tiempo. Puñetera crisis del carajo. No quiero pensar cómo te puedes sentir después de que te echasen del trabajo sin avisarte en ningún momento de que tu puesto estaba en peligro. Después de cuatro años te ves en la calle, intentando no ser un número más del Inem, buscando un sitio donde puedas demostrar tus conocimientos y tu poca pero intensa experiencia y, sin embargo te topas con una realidad tozuda y fea que te dice que este es el peor momento para encontrar un empleo. Ya sé que tienes preparación, que cuando saliste de la universidad buscaste tu suerte con ahínco y la encontraste gracias a la base sólida de un trabajo de muchos días y muchas noches, que lo que hacías en el puesto que desempeñabas lo hacías bien y con energía, que no comprendes por qué te ha pasado esto a ti.
Pero hablemos de ti. Cómo iba a imaginar que me pintarías un panorama como el que me cuentas en tu correo después de haberte visto hace tan poco tiempo. Puñetera crisis del carajo. No quiero pensar cómo te puedes sentir después de que te echasen del trabajo sin avisarte en ningún momento de que tu puesto estaba en peligro. Después de cuatro años te ves en la calle, intentando no ser un número más del Inem, buscando un sitio donde puedas demostrar tus conocimientos y tu poca pero intensa experiencia y, sin embargo te topas con una realidad tozuda y fea que te dice que este es el peor momento para encontrar un empleo. Ya sé que tienes preparación, que cuando saliste de la universidad buscaste tu suerte con ahínco y la encontraste gracias a la base sólida de un trabajo de muchos días y muchas noches, que lo que hacías en el puesto que desempeñabas lo hacías bien y con energía, que no comprendes por qué te ha pasado esto a ti.
Y encima te deja tu novia. Esa guapa chica que no dejaba de mirar a todas partes mientras conversábamos aquella tarde. Te deja de nuevo en casa de tus padres después de compartir lecho y alquiler en un apartamento de diseño, con algunos muebles de los que no sabes cómo desprenderte y el corazón latiendo a destiempo entre el dolor que palpita en la aurícula derecha y la desesperanza que anida en el ventrículo izquierdo. Joder, la desesperanza siempre está a la izquierda, ¿te das cuenta?
Lo cierto es que no sé muy bien qué decirte. Le he dado muchas vueltas a la cabeza para no acabar escribiendo frases desgastadas que insultarían tu inteligencia y el cariño que me tienes. Creo conocerte lo suficiente para estar tranquilo, para estar seguro que de que ese optimismo tuyo que atrae tantas cosas buenas no va a desaparecer de la noche a la mañana.
Raúl, cada año aparecen en mi vida uno dos como tú, como María, ¿la recuerdas?, como Gloria, que llegó al centro cuando tú te ibas. Sois gente tan valiosa para mí.
Sí, sé que comenzasteis siendo parte de mi trabajo, pero lograsteis encontrar un hueco en el equipaje que llevo dentro dando sentido a muchas de las decisiones que tomo a lo largo del día. Alguien como tú me sigue dando razones para ser yo también otro optimista a pesar de lo que hay ahí fuera, para venir más contento al insti, para llenar vacíos que no quise o no pude llenar en otros momentos de mi vida, tú lo sabes.
Sí, sé que comenzasteis siendo parte de mi trabajo, pero lograsteis encontrar un hueco en el equipaje que llevo dentro dando sentido a muchas de las decisiones que tomo a lo largo del día. Alguien como tú me sigue dando razones para ser yo también otro optimista a pesar de lo que hay ahí fuera, para venir más contento al insti, para llenar vacíos que no quise o no pude llenar en otros momentos de mi vida, tú lo sabes.
Por eso, cuando te vea de nuevo por la calle, y espero que sea pronto, sé que te voy a encontrar bien, y me darás esas palmaditas en la espalda que acaban convirtiéndose en un abrazo en toda regla y me dirás que es imposible que siga igual que el día que me conociste mientras protesto por lo mayor que estoy. No importa si son diez rápidos minutos de conversación. Sé que te miraré y sabré que estarás bien. Porque eres fuerte, amigo mío y porque te conozco, Raúl.