No lo paso bien cuando llegan las evaluaciones finales. Peor lo pasa el alumnado, claro está, pero para mí y para un buen puñado de compañeros no es el momento más agradable del curso escolar, aunque estén las vacaciones de verano a la vuelta de la esquina.
Tienen especial relevancia las evaluaciones de los cursos en las que los alumnos consiguen (o no) la titulación de Secundaria, la de Bachillerato o la de los ciclos de Formación Profesional. Ahí es donde afloran las distintas formas que tenemos los profesores de entender nuestra labor. Y es muy simple la división que se produce en nuestro gremio. A saber:
Grupo 1. Este grupo está compuesto por aquellos que ven la enseñanza pública, pues casi todos somos funcionarios, como el camino hacia el salario seguro de fin de mes, las estupendas vacaciones estivales, las de Navidad y Semana Santa, y unas tardes libres en las que regalarse siestas placenteras, horas de gimnasio, cafelito con los colegas o tiempo con la familia (no nos engañemos, en los tiempos que corren, muchos de los que lean esto se preguntarán qué hay de inmoral en lo descrito anteriormente). Este grupo evalúa sin plantearse muy a fondo la nota que va a dar. A veces, preguntan a los compañeros cúal es su calificación con el fin de no distanciarse mucho de la media. Si en alguna ocasión "tienen que dar aprobado general", lo hacen sin la menor reflexión. No tienen reclamaciones, pues aprueban a un buen número de alumnos, y si atisban la intención por parte de algún estudiante de reclamar, actúan de forma inmediata para evitar que eso ocurra. Saben cómo proceder.
Grupo 2. Es el más numeroso, afortunadamente. En él los hay de todas las edades. Gente que lleva enseñando treinta años u otros que apenas llevan cinco. Casi todos ellos llegaron a la docencia por vocación. En los últimos años notan la falta de consideración y reconocimiento a su labor, pero siguen en la brecha. A veces están de acuerdo con algunas medidas que toma la administración, pero muchas otras, no. Les desconcierta que la sociedad (fundamentalmente políticos y familias) no se tomen en serio la formación académica de estas generaciones, y se sienten impotentes para evitar el alto índice de abandono escolar. Se ponen en la piel de los demás con frecuencia. Esto los hace personas comprensivas y compasivas. Le dan muchas vueltas a las notas finales, por lo cual meditan cuidadosamente su decisión, pero tienen la flexibilidad suficiente para escuchar opiniones distintas, y si dichas opiniones están coherentemente expuestas y tienen fundamento, no tienen problemas en modificar una nota. La amplitud de miras de este grupo va más allá de una sesión de evaluación. Tienen muy en cuenta las posibilidades del alumno para llevar a cabo estudios posteriores. O quizás sus opciones en el precario mundo laboral en el que vivimos.
Grupo 3. Es el grupo que quisiera estar enseñando en la universidad pero, por diversas razones, se ven abocados a trabajar en un instituto de Secundaria, aguantando chavales que no quieren estar ahí y que no tienen el más mínimo interés en continuar. Tampoco tiene este grupo mucho interés en que estos alumnos continúen, pues no permiten avanzar adecuadamente a los alumnos que persiguen la excelencia, o ¿son los miembros de este grupo los que están instalados en esa excelencia que los otros miembros del claustro de profesores nunca alcanzarán? Cuando evalúan, lo hacen aplicando mil y una notas que dan como resultado calificaciones tales como 8.89 o 4.76. Y no les digas en una sesión final que consideren su nota. Ésta es sagrada, fruto de la observación exhaustiva y la aplicación rigurosa de la programación didáctica de su departamento, incluidos los criterios de calificación. Y no, 4.76 nunca será un 5, aunque el alumno se haya esforzado, tenga sólo su asignatura suspensa y no pueda ir a Selectividad (probablemente sacaría mucha más nota en dicho examen que en el instituto). Es un grupo pequeño, como el primero, pero, cuidado, va ganando adeptos. Se han adueñado de la expresión cultura del esfuerzo, como si los demás no valorásemos lo suficiente esa cualidad. En el fondo, lo pasan mal porque el alumnado que nos llega a los centros es el que la realidad actual produce. Y ellos desconectaron de esa realidad hace tiempo.
¿Adivinan cual de los tres grupos vive la enseñanza más intensamente? La respuesta correcta tiene premio: una visita guiada por cualquier centro público. No les defraudará.