sábado, 23 de julio de 2011

Al sur de Géminis




Estaba tomando una infusión en una cafetería que hay en una pequeña plaza del centro de la ciudad. Una plaza acogedora y fresca en verano, pues la sombra de los palisandros que circundan ese lugar proporciona un confortable bienestar a quien se sienta a descansar en un banco o a tomar algo en las terrazas cuando comienza a anochecer.
Me llamó la atención con la mano de forma poco convincente. En realidad no sabía si se trataba de una invitación a sentarme con él o de un simple saludo. Decidí acercarme y averiguar si quería compartir un rato conmigo. Apenas sin mediar palabra me señaló la silla que había libre a su lado y cogiendo mi brazo con delicadeza me atrajo hasta su lado mientras tomaba asiento, algo que agradecí, ya que llevaba caminando más de una hora y estaba cansado y sediento. Entonces vi tanta tristeza en su rostro que me acojoné. Siempre me ha dado miedo ver a alguien tan desoldado como estaba él aquella tarde. Quizás porque tengo la manía de meterme donde no me llaman y acabo diciendo o haciendo algo de lo que, a veces, acabo arrepintiéndome.
Él es también director de un instituto. Al poco tiempo de conocerlo, en una conversación en la que participaba alguien que parecía saber bastante sobre el tema de la astrología, pregunté con cierta curiosidad por el origen del signo de Géminis y observé que él también parecía interesado. Una vez oída la explicación y comprobando que los dos habíamos nacido casi en la misma fecha, de forma un tanto cómplice, comenzamos a llamarnos el uno al otro Cástor y Pólux (Pollux para los griegos), los gemelos que, de origen terrenal el primero, y espiritual el segundo, representan a ese signo según la mitología. Al principio yo era Cástor y él Pólux. Más tarde, y a tenor de las circunstancias en las que nos encontrásemos, intercambiábamos los nombres.
Al cabo de unos minutos y de algunos comentarios propios de dos personas que se dedican profesionalmente a lo mismo, no tuve más remedio que preguntarle si le ocurría algo. Lo sé. ¿Por qué lo hice? ¿Acaso no es más delicado esperar a que el otro quiera compartir contigo lo que desee y cuando lo desee?  Sin embargo, no tardó un segundo en contestarme. Y aquello no fue un diálogo, sino un monólogo. Una cascada de granos de arroz sobre una paellera oxidada.
Estoy mal. Apenas duermo unas horas cada noche y cuando me levanto por la mañana, lo primero que siento es un vacío en el estómago que me llena de desesperación. Contradictorio, ¿no? Un vacío no llena nada. Quizás no me expreso adecuadamente. Es como uno de esos agujeros negros que llenan el universo cargados de materia extraña y convulsa. Un agujero que lo engulle todo: la tranquilidad, las expectativas, la energía. Intento razonar. Me digo que estoy agotado, que ha sido un curso duro, de mucho trabajo y responsabilidad. Claro que si se me ocurre comentarlo con algún compañero o con los amigos, inmediatamente me salen con lo de “para eso ganas más”. Probablemente ni siquiera saben cuánto más gano con la Dirección. A lo mejor si lo supiesen se ahorrarían el comentario. Me cabrea ese comentario. ¿Por qué en bastantes comunidades el setenta y cinco por ciento de los directores están nombrados sin haberse lógicamente presentado voluntariamente al puesto? Si la compensación económica fuese tan atractiva, y viviendo en un momento de crisis tan grande, ¿no habría muchos candidatos para ocupar ese cargo? Ese comentario contiene en sí una carga despectiva que lo hace hiriente y es un menosprecio al componente vocacional y de servicio a la comunidad que, al menos, algunos de nosotros tenemos. Y en cuanto a otras lindezas del tipo "es que os gusta el poder". Por favor. No somos concejales, alcaldes, diputados, miembros del tribunal supremo, jefes de personal de una empresa importante o una gran fábrica, líderes sindicales, inspectores de hacienda, cirujanos jefes. No ostentamos poder alguno, aunque cuatro nostálgicos de no sé qué tiempos pasados se empeñen en mantener lo contrario. Por encima de nosotros está cualquier jefe de servicio de cualquier sección de la delegación provincial, inspectores, delegados...a veces, incluso cualquier funcionario de educación que ni siquiera tiene tu misma categoría laboral. Rendimos cuentas, o lo que es lo mismo, rellenamos informes para cualquiera que nos lo pida. Y no se te ocurra negarte. Mira, amigo Cástor, me he pasado los últimos veinte y dos años acudiendo a comisiones de reclamación, corrigiendo exámenes de convocatorias de premios extraordinarios de bachillerato, interviniendo en charlas informativas, etc., etc., sin recibir por ello emolumento alguno. A veces ni las gracias. ¿Está dentro de mi cometido? A lo mejor. O a lo mejor no. Pero si además acudes cuando te llaman para una reclamación más y tienes que aguantar que un recién llegado a la inspección te falte el respeto, pides amparo a quien corresponde rogándole que no te llamen para ese cometido, al menos durante un tiempo, y la respuesta es que tu deber es estar a disposición hasta el 31 de julio y te vuelven a llamar a los tres días, ¿cómo te puedes sentir? ¿Cómo te puedes sentir si cualquiera te puede llamar por teléfono, acusarte de lo que se le ocurra, amenazarte con vigilar tus movimientos, tus decisiones? ¿Qué pensar cuando descubres que al poner en conocimiento de un responsable de la delegación estas acusaciones y amenazas te das cuenta de que ese responsable oculta y falta a la verdad en más de una ocasión dando a entender que sabía de las mismas antes que tú? ¿Por qué? ¿Cómo llevas que un profesor que ni siquiera es de tu centro cuestione escandalizado ante sus alumnos de primero de bachillerato que seas el director de un instituto público a pesar de tu condición sexual? ¿Qué sientes cuando te enteras que algún colega que sí está en tu centro informa a un periodista local de todo lo que ocurre en el mismo siempre que pueda perjudicarte? ¿Existe alguna relación entre estas cuestiones? Lo siento. Suena algo paranoico. Debe ser que no aguanto el calor. Perdona tanto lamento. Pero es que ese vacío en el estómago no cesa. El problema radica en que me obstino ingenuamente en pensar que vivimos en un país moderno donde impera la tolerancia, la educación (sobre todo en aquellos que fueron instruidos), el compromiso, la generosidad... ¿Recuerdas que al sur de Géminis se encuentran Maera y Laelaps? Estos dos perros representan la fidelidad. Anoche miré al cielo y no pude ver ninguna de estas dos estrellas tan luminosas. Sé que escribes un blog. Escribe sobre lo que te he contado. Escribe y observa esas dos estrellas antes de irte a la cama, Ojalá estén brillando para ti.
Cuando nos despedimos, mientras me alejaba de la plaza, decidí ponerme a escribir las palabras de Pólux o ¿era Cástor? Y también decidí que después de esta historia no escribiría durante un tiempo, a pesar de lo dicho en la entrada anterior. Total, soy géminis, soy contradictorio. Ahora me pregunto: ¿a quién puede interesar lo anteriormente narrado o cualquier otra de las historias de este blog cuando se tiene por delante un tiempo para el ocio, el descanso, la frivolidad, el desmadre? Es tiempo de otras lecturas. De buenas novelas que han dormido en la estantería durante la primavera o de atragantarse con toda la prensa rosa de los quioscos.
Por eso, un abrazo a los que habéis estado ahí, y que, como a Maera y Laelaps, os puede más el sentimiento de lealtad que el aburrimiento. Por ello, mil gracias.
Hasta...






lunes, 11 de julio de 2011

En julio

Ya se quedaron las aulas y los pasillos vacíos. Bueno, casi. En la planta baja, opositores con rostros nerviosos y fatigados aguardan a ser llamados para hacer el examen oral mientras unos cuantos alumnos rezagados rellenan el impreso de matrícula en la oficina. A partir de la próxima semana nos quedaremos los precisos: administrativos, ordenanzas, personal de limpieza, algún miembro de la dirección y un servidor. Qué tranquilidad se siente cuando los alumnos y los compañeros se van de vacaciones. Con respecto a los primeros, porque dejan de ser parte de tu responsabilidad, al menos durante dos meses. En cuanto a los segundos, te dejan en paz, simplemente. A mí esa tranquilidad me dura unos días. Lo que yo llamo la primera etapa del mes de julio. Después comienza a corroerme la envidia al pensar que casi todos estarán disfrutando de un descanso merecido, de una cerveza en un chiringuito, de un remojón en la playa o en la piscina, de un buen libro en el sofá de casa. Luego, durante la tercera etapa, acabando este mes, me entra la ansiedad. Miro y miro el calendario sobre la pared de la conserjería y no dejo de contar los pocos días que faltan para abandonar el centro. Y por fin, el día que se echa la llave a la cancela y el instituto se queda de verdad vacío, ese día me entra una estúpida nostalgia cuyo motivo nunca llegaré a entender. Ese día, mientras José Manuel  y yo comprobamos que todas las dependencias están en orden, las ventanas y las puertas cerradas, las lámparas, ordenadores y demás aparatos correctamente apagados, y la penumbra va invadiendo cada espacio, ese día empiezan a agolparse en mi mente rostros, conversaciones, risas, llantos, momentos de tensión, de buen y mal rollo...y aún no he salido por la puerta y ya añoro a mis compañeros de café, a los que siempre están dispuestos a echarte una mano, al que viene a contarme un chiste cuando me ve algo abatido, a la alumna que te sonríe tímidamente cuando te la cruzas por el pasillo, a la que siempre está con dolor de cabeza pidiendo paracetamol y una llamadita a los padres para irse a casa, al que de vez en cuando llama a la puerta del despacho con cualquier excusa para sentarse en uno de los sillones de la mesa de reuniones, resoplando y alabando con vehemencia la comodidad de los mismos (en su lenguaje: joer, maestro, aquí me podía quedar toa la mañana).
Ahora estoy en la etapa envidiosa. Cada vez que llaman desde la Delegación requiriéndome alguna intervención u observo a algún padre o madre esperando a que entre en el instituto a las nueve de la mañana (los padres deberían tener vacaciones de sus funciones para que los demás tuviésemos vacaciones de ellos), irrumpen en  mi cerebro imágenes de compañeros en la barra acuática de un todo incluido llamándome pringao, o diciéndome: ¿de qué te quejas?, deja el carguito, que no eres imprescindible. Normalmente son aquellos con los que no me llevo bien. Lo sé. No puedes gustar a todo el mundo. Por otro lado, está bien que sea así. La discrepancia y la variedad de opiniones enriquecen. Aunque, ¿a quién quiero engañar? A esos me gustaría verlos sudar ahora lo que a veces ellos hacen sudar a otros, y no imaginármelos en un hotel refrescándose el cuerpo y el gaznate. Es más, mientras lo pienso, se me pone la cara de Terele Pávez en La comunidad o la de Jack Nicholson en El resplandor.
Sin embargo, a los demás os diré que espero que estéis pasando un verano hecho a vuestra medida. Acaba casi de comenzar. Esta es la mejor noticia. Y, aunque son tiempos duros, nosotros somos afortunados, ya lo sabéis. Por mi parte, de vez en cuando escribiré unas líneas en este blog para quien esté aburrido y quiera compartir algo de lo que tiene que contar un tipo tan raro que se siente melancólico el día del año que más feliz debería estar. Para rarezas, los colores ( ahora sobre todo el azul. El azul del mar, del cielo, de unos ojos…).
Disfrutad.