jueves, 26 de abril de 2012

Wert, Montoro y asociados


A Angélica le dije que no había perdido su tiempo en absoluto. ¿Qué le iba a decir? Pues que las horas que ha pasado estudiando temas (que fueron unos cuando comenzó su preparación y, luego, otros cuando el señor Wert no los consideró adecuados), machacando cuestiones de carácter práctico, perfeccionando su programación de aula y mejorando las unidades didácticas de dicha programación, no han sido en vano. Que esta segunda vez, que no ha sido en realidad más que una farsa, es sólo eso, y que a la tercera va la vencida. Que la ilusión y el esfuerzo tienen al final su recompensa. ¿Qué le iba a decir?
Y lo mismo le repetí a Mª Ángeles, que con angustia me expresaba su miedo e incertidumbre ante ese negro futuro que se le avecina. Y después, me empleé en animar el alicaído estado de ánimo de mi amiga Carmen, interina por méritos propios (y magnífica profesora), repitiendo la misma cantinela y tratando de encontrar alguna expresión afortunada que le diese un poco de esperanza.
Pero esa jornada particular continuó. ¿Qué decirle a tu hermana cuando se entera de sopetón de que su hija mayor se queda sin oposiciones y a la pequeña le suben las tasas de matriculación 500 euros? ¿Cómo confortarla si sabes de sus horas de sacrificio y las de su marido para darle a su hijas la oportunidad que ellos no tuvieron? ¿De qué más se tendrán que privar para que llegue el momento en que las vean valerse por sí mismas? ¿Cuándo llegará ese momento?
Al final del día hablé con mi madre, como hago a diario. La pobre mujer, con su demencia senil, confunde a Pedro Piqueras con Rajoy, de tal forma que piensa que algunas de las medidas que el nuevo gobierno está tomando son decisión del primero, pues, en su lógica, es él quien las decide pues es él quien las anuncia. Y aunque me afano noche tras noche en aclararle la diferencia entre ambos, la mujer le ha tomado tanta tirria al pobre Piqueras que no sé cómo no se pasa el noticiario rascándose la oreja.
Cuando me fui a la cama, me dolía la cabeza. Antes de dormir, lo cual me costó bastante, pensé que de alguna manera todos estos ataques a jóvenes y mayores (no olvido al resto) deberían tener una clara respuesta, y ya me estaba regodeando en alguna cuando me acordé del ministro de Interior y me dije: Cuidado. Cuidado con lo que dices o escribes, que a lo mejor con la nueva ley que este señor planea, te pasas dos años en la cárcel por incitación a la violencia.
Por eso, si alguno de ustedes está muy indignado, pero que muy indignado, no piense en echarse a la calle a gritar como un poseso o algo peor. Vaya y contrate un bufete de abogados del estilo del que nombro en el título de esta entrada. Lo mismo hasta consigue un puesto de trabajo en algún despacho… en la sección de “embargos y desahucios”, por ejemplo.

martes, 17 de abril de 2012

El amor está en las aulas


Mi estado de ánimo me impulsa a escribir sobre algunas de las experiencias un tanto dolorosas y frustrantes que he vivido en las últimas semanas. Quisiera contar con su complicidad para poder lamentarme, para que entendieran por qué en estos días vuelvo una y otra vez sobre mis últimos veinte años y me veo como el autor de una novela que, una vez en las librerías, intentara hacer desaparecer todos los ejemplares a la venta para reescribir aquellas páginas que podrían ser manifiestamente mejorables, o como el director de cine que no supo o no pudo decidir sobre el montaje final de su película.
Sin embargo, el enorme cartel que cuelga de la fachada del hipermercado que hay frente a mi casa me indica que ya es primavera en el Corte Inglés. Y me siento ante el ordenador pensando que ustedes, en estos convulsos y oscuros tiempos en que vivimos, no merecen más dosis de angustia y pesimismo. Así que echo mano de aquella canción de Nat King Cole titulada L.O.V.E. y me pongo algo tierno, y es entonces cuando viene a mi memoria una breve pero intensa relación amorosa que dos compañeros de trabajo mantuvieron hace unos años en mi centro sin que prácticamente nadie se percatara de la misma. Porque el amor, especialmente en esta estación del año, está en todas partes, incluso en las aburridas salas de profesores que hay en cada escuela o instituto.
Fue una historia que los protagonistas llevaron con absoluta discreción, entre otras cosas porque él estaba casado y ella acababa de comenzar una relación con alguien al que había conocido poco tiempo atrás. ¿Cómo supe yo de este enamoramiento, si muchos días no puedo ni tomarme una manzanilla en la cafetería? Es sencillo. En todas las empresas, públicas o privadas, hay un Sauron, un ojo que todo lo ve. Y ese ojo, en mi centro, tiene una lengua que, imitando la hiperactividad del globo ocular, todo lo casca. Una vez que supe, a través de Sauron, lo que acontecía entre mis compañeros, le advertí de forma tajante que esa lengua tan vivaracha y locuaz debía permanecer muda, so pena de que se la cortase de un tajo con la navaja barbera que heredé de mi padre.
Pero, en el fondo, debo confesarlo, también a mí me daban ganas de coger al primero que se me cruzaba en el pasillo y ponerlo al corriente de lo que estaba pasando. Me moría de las ganas de contarlo. Somos puro morbo, qué le vamos a hacer.
Ella era una profesora cumplidora que, durante los dos o tres cursos que estuvo en el centro, mantuvo una relación afable con todo el mundo. Él faltaba al trabajo alguna vez que otra, justificando dichas ausencias por enfermedad, bien de algún miembro de su familia, bien de él mismo. Sauron, siempre atento, empezó a notar que dichas ausencias coincidían a menudo con la finalización de la jornada escolar de ella. Incluso comprobó cómo ambos salieron del centro, por separado claro está, una mañana de miércoles en la que ella tenía dos huecos en su horario. Ese día, él dijo encontrarse mal, con ganas de vomitar. Será un virus, comentó, antes de comunicar al jefe de Estudios que se marchaba a casa. A Sauron le faltó tiempo para ir a buscarme y, esbozando la sonrisa que pondría un niño pequeño que ha pillado a su hermana adolescente besando a su noviete y que cree desde ese momento que en adelante será ella quien realice sus tareas de casa, suspirar levemente y decir: Qué rico pegarse un camazo a estas horas, en mitad de la semana. Qué suerte tiene este tío.
Luego salieron a relucir los diferentes puntos de vista desde los que ambos veíamos la situación. A mí me parecía que no estaban haciendo lo correcto. Los dos tenían un compromiso con otras personas. En el caso de él, su compromiso era aún más firme. ¿Qué ocurriría si de repente todo se supiese y llegara a oídos de su mujer? A mi compañera la disculpaba más porque, al fin y al cabo, estaba soltera. ¿Que estaba saliendo con otro? Bueno, de eso sabíamos poco y, por lo que ella había comentado a algún compañero, el cual tampoco tardó mucho tiempo en repetirlo a otros colegas más, lo suyo no era sino un tonteo (ya saben, en este aspecto, muchos adultos no hemos superado la tierna adolescencia, de modo que si en una reunión nos tomamos alguna que otra copa, acabamos jugando a eso de “verdad o atrevimiento”, con tal de que el cotilleo que se produce a continuación no le parezca a nadie un acto de mal gusto). Sin embargo, Sauron celebraba la osadía de los amantes y mostraba sin pudor su envidia por no tener la oportunidad de hacer lo mismo. ¿Tú crees que la mujer de éste es tonta?, me preguntaba de forma retórica. Ojos que no ven…ya sabes. De todas formas, ¿qué más da? Si los vieras por la calle, joder, si parecen el matrimonio de Cuéntame. A estos les tendría que caer un rayo en medio para que se separaran, o terminar de pagar la hipoteca, que es lo que de verdad desata ataduras en esta vida que nos ha tocado vivir. Lo cierto es que si alguien nos hubiese visto discutir sobre el tema en cuestión, hubiese pensado que también nosotros formábamos parte del elenco de la serie antes mencionada, en calidad de vecinos metijones al calor de un carajillo en la barra de un bar.
Después de aquel día, decidí que no volvería a mencionar el asunto con el “Señor Oscuro”, ni con nadie, por supuesto. Me sentía mal cada vez que lo hacíamos. ¿Y si no era verdad?, me preguntaba. Y aunque lo fuese, ¿qué me importaba a mí lo que dos personas, de forma libre, hiciesen con sus vidas? Tengo que admitir que al prestarles más atención de la debida, especialmente cuando ambos se hallaban en el mismo espacio, me parecía observar alguna mirada furtiva entre ellos, o el esbozo de una leve sonrisa que no iba dirigida precisamente hacia el que les estaba dando conversación en ese momento. Y entonces yo pensaba que probablemente alguno de los dos estaba recordando algún hermoso detalle de sus momentos juntos. Miraba a mí alrededor y tenía la impresión de que, con la pasión de su aventura furtiva, contagiaban el ambiente, y la gente parecía más feliz. Por los pasillos no veía otra cosa que alumnos y alumnas cogidos de la mano mostrándose ternura a través de gestos y palabras (y a algún alumno/alumno, alumna/alumna también, porque en este centro, en el que agradezco poder trabajar, eso ocurre de vez en cuando). Incluso la manzanilla que tan amablemente me sirve muchos días esa estupenda mujer que hay tras la barra de la cafetería del bar sabía a canela fresca.
Cuando a las tres salía del instituto y cogía el coche para ir a casa, en el momento de pasar por esos grandes almacenes con su enorme letrero, no podía evitar pensar que ya no sólo nos vendían ropa o alimentos, a la vez que un sin fin de abalorios inútiles, sino que dirigían nuestras emociones de una forma cada vez menos subliminal y más agresiva. Como me volvían a entrar remordimientos, aunque esa vez fuese por una causa diferente, le daba al play y escuchaba a Nat, lo cual siempre es emoción con denominación de origen y calidad superior.