miércoles, 19 de septiembre de 2012

Desaparecidos


Mañana, tres de septiembre de 2012, miles de docentes pondrán de nuevo el despertador a una hora determinada y se encaminarán a sus centros de trabajo. Una vez ya en la sala de profesores o en los pasillos, se saludarán, se contarán pequeñas anécdotas del verano vivido y se atreverán a pronosticar sobre lo que la mayoría piensa que será un curso de aguas turbulentas. Habrá alguno que bromee con el hecho de que al menos corra agua, dada la escasez de la misma durante este último año. Sin embargo, habrá quien en ese momento se aleje del grupo de conversación sin nada que añadir o comentar. Encarará el pasillo hasta donde guarda su material y dejará atrás los rostros desdibujados y las voces de los que han sido sus colegas durante uno o varios años de trabajo. (A algunos ni siquiera se les habrá dado esa oportunidad).
Será el caso de Carmen, de María, de Miguel Ángel… Ahora les aguarda la incertidumbre de saber si esta Administración, para la que han sido necesarios instrumentos de una escuela pública de calidad, volverá a contar con su buen hacer.
Carmen esperará en Córdoba a que la llamen para hacer sustituciones. Se sentará frente al ordenador a escudriñar una bolsa de trabajo que a duras penas avanzará ya que “la carne” de un sustituto se ha puesto por las nubes. Ha subido diez veces el ritmo del IPC. La administración ni siquiera se ha contenido en un IVA del 21%. Ahora un sustituto vale su precio en oro. Es un lujo que nuestra maltrecha economía apenas se puede permitir.
Carmen estará pegada a un teléfono de la misma forma en que se pega Rajoy a Merkel, o Rubalcaba a su pasado, con sumisión y sin condicionamientos. Y cuando llegue el momento en que por fin se vea en lo más alto de esa lista de espera, palpar su teléfono, comprobar que la batería está alta y siempre dentro de cobertura  será más importante que ver su propia sombra reflejada en la pared, pues, aunque la sombra proyecta su ser, es el aparato electrónico el que le que le devuelve su pleno sentido.
Y llegará esa llamada. Cuando le digan que tiene que estar en Vera o en Ayamonte al día siguiente, Carmen será feliz. Qué importa que en años anteriores haya ocupado una vacante en la que planificó con tiempo su trabajo, dedicó horas a llevar una tutoría con eficacia y se ganó el cariño de unos chavales, a veces difíciles y otras, bastante más.
Cogerá su coche, lo llenará de gasolina y de ilusión, aunque se marche a muchos kilómetros de su hogar sin saber siquiera cuánto tiempo va a trabajar. Lo único que pasará por su mente es que ya no es un número más de otra lista, la del INEM.
Será por eso que se ha vuelto tan cara “la carne” de un interino o un sustituto. Es fácil entrar en una lista negra, pero cuán difícil es salir de ella. Si no, que se lo digan a los que hacen cola frente a esos estatales edificios. En su caso, no es el amor lo que está en el aire, sino las partículas de la poca dignidad que les va quedando mientras gastan de forma estéril la suela de sus zapatos.
Pero es verdad, soy un exagerado y un melodramático. La mayoría van en chanclas.