Mañana,
tres de septiembre de 2012, miles de docentes pondrán de nuevo el
despertador a una hora determinada y se encaminarán a sus centros de
trabajo. Una vez ya en la sala de profesores o en los pasillos, se
saludarán, se contarán pequeñas anécdotas del verano vivido y se
atreverán a pronosticar sobre lo que la mayoría piensa que será un curso
de aguas turbulentas. Habrá alguno que bromee con el hecho de que al
menos corra agua, dada la escasez de la misma durante este último año.
Sin embargo, habrá quien en ese momento se aleje del grupo de
conversación sin nada que añadir o comentar. Encarará el pasillo hasta
donde guarda su material y dejará atrás los rostros desdibujados y las
voces de los que han sido sus colegas durante uno o varios años de
trabajo. (A algunos ni siquiera se les habrá dado esa oportunidad).
Será
el caso de Carmen, de María, de Miguel Ángel… Ahora les aguarda la
incertidumbre de saber si esta Administración, para la que han sido
necesarios instrumentos de una escuela pública de calidad, volverá a
contar con su buen hacer.
Carmen
esperará en Córdoba a que la llamen para hacer sustituciones. Se
sentará frente al ordenador a escudriñar una bolsa de trabajo que a
duras penas avanzará ya que “la carne” de un sustituto se ha puesto por
las nubes. Ha subido diez veces el ritmo del IPC. La administración ni
siquiera se ha contenido en un IVA del 21%. Ahora un sustituto vale su
precio en oro. Es un lujo que nuestra maltrecha economía apenas se puede
permitir.
Carmen
estará pegada a un teléfono de la misma forma en que se pega Rajoy a
Merkel, o Rubalcaba a su pasado, con sumisión y sin condicionamientos. Y
cuando llegue el momento en que por fin se vea en lo más alto de esa
lista de espera, palpar su teléfono, comprobar que la batería está alta y
siempre dentro de cobertura será más importante que ver su propia
sombra reflejada en la pared, pues, aunque la sombra proyecta su ser, es el aparato electrónico el que le que le devuelve su pleno sentido.
Y
llegará esa llamada. Cuando le digan que tiene que estar en Vera o en
Ayamonte al día siguiente, Carmen será feliz. Qué importa que en años
anteriores haya ocupado una vacante en la que planificó con tiempo su
trabajo, dedicó horas a llevar una tutoría con eficacia y se ganó el
cariño de unos chavales, a veces difíciles y otras, bastante más.
Cogerá
su coche, lo llenará de gasolina y de ilusión, aunque se marche a
muchos kilómetros de su hogar sin saber siquiera cuánto tiempo va a
trabajar. Lo único que pasará por su mente es que ya no es un número más
de otra lista, la del INEM.
Será
por eso que se ha vuelto tan cara “la carne” de un interino o un
sustituto. Es fácil entrar en una lista negra, pero cuán difícil es
salir de ella. Si no, que se lo digan a los que hacen cola frente a esos
estatales edificios. En su caso, no es el amor lo que está en el aire,
sino las partículas de la poca dignidad que les va quedando mientras
gastan de forma estéril la suela de sus zapatos.
Pero es verdad, soy un exagerado y un melodramático. La mayoría van en chanclas.