lunes, 11 de julio de 2011

En julio

Ya se quedaron las aulas y los pasillos vacíos. Bueno, casi. En la planta baja, opositores con rostros nerviosos y fatigados aguardan a ser llamados para hacer el examen oral mientras unos cuantos alumnos rezagados rellenan el impreso de matrícula en la oficina. A partir de la próxima semana nos quedaremos los precisos: administrativos, ordenanzas, personal de limpieza, algún miembro de la dirección y un servidor. Qué tranquilidad se siente cuando los alumnos y los compañeros se van de vacaciones. Con respecto a los primeros, porque dejan de ser parte de tu responsabilidad, al menos durante dos meses. En cuanto a los segundos, te dejan en paz, simplemente. A mí esa tranquilidad me dura unos días. Lo que yo llamo la primera etapa del mes de julio. Después comienza a corroerme la envidia al pensar que casi todos estarán disfrutando de un descanso merecido, de una cerveza en un chiringuito, de un remojón en la playa o en la piscina, de un buen libro en el sofá de casa. Luego, durante la tercera etapa, acabando este mes, me entra la ansiedad. Miro y miro el calendario sobre la pared de la conserjería y no dejo de contar los pocos días que faltan para abandonar el centro. Y por fin, el día que se echa la llave a la cancela y el instituto se queda de verdad vacío, ese día me entra una estúpida nostalgia cuyo motivo nunca llegaré a entender. Ese día, mientras José Manuel  y yo comprobamos que todas las dependencias están en orden, las ventanas y las puertas cerradas, las lámparas, ordenadores y demás aparatos correctamente apagados, y la penumbra va invadiendo cada espacio, ese día empiezan a agolparse en mi mente rostros, conversaciones, risas, llantos, momentos de tensión, de buen y mal rollo...y aún no he salido por la puerta y ya añoro a mis compañeros de café, a los que siempre están dispuestos a echarte una mano, al que viene a contarme un chiste cuando me ve algo abatido, a la alumna que te sonríe tímidamente cuando te la cruzas por el pasillo, a la que siempre está con dolor de cabeza pidiendo paracetamol y una llamadita a los padres para irse a casa, al que de vez en cuando llama a la puerta del despacho con cualquier excusa para sentarse en uno de los sillones de la mesa de reuniones, resoplando y alabando con vehemencia la comodidad de los mismos (en su lenguaje: joer, maestro, aquí me podía quedar toa la mañana).
Ahora estoy en la etapa envidiosa. Cada vez que llaman desde la Delegación requiriéndome alguna intervención u observo a algún padre o madre esperando a que entre en el instituto a las nueve de la mañana (los padres deberían tener vacaciones de sus funciones para que los demás tuviésemos vacaciones de ellos), irrumpen en  mi cerebro imágenes de compañeros en la barra acuática de un todo incluido llamándome pringao, o diciéndome: ¿de qué te quejas?, deja el carguito, que no eres imprescindible. Normalmente son aquellos con los que no me llevo bien. Lo sé. No puedes gustar a todo el mundo. Por otro lado, está bien que sea así. La discrepancia y la variedad de opiniones enriquecen. Aunque, ¿a quién quiero engañar? A esos me gustaría verlos sudar ahora lo que a veces ellos hacen sudar a otros, y no imaginármelos en un hotel refrescándose el cuerpo y el gaznate. Es más, mientras lo pienso, se me pone la cara de Terele Pávez en La comunidad o la de Jack Nicholson en El resplandor.
Sin embargo, a los demás os diré que espero que estéis pasando un verano hecho a vuestra medida. Acaba casi de comenzar. Esta es la mejor noticia. Y, aunque son tiempos duros, nosotros somos afortunados, ya lo sabéis. Por mi parte, de vez en cuando escribiré unas líneas en este blog para quien esté aburrido y quiera compartir algo de lo que tiene que contar un tipo tan raro que se siente melancólico el día del año que más feliz debería estar. Para rarezas, los colores ( ahora sobre todo el azul. El azul del mar, del cielo, de unos ojos…).
Disfrutad.



1 comentario:

  1. Dicen que el que algo quiere, algo le cuesta, aunque a alguien que se dedica en cuerpo y alma a lo que quiere, no le cuesta nada.
    Es verdad, se hace rara la despedida de un sitio en el que se está bien, aunque también hace falta descansar un poco, y darse un respiro.

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