domingo, 8 de enero de 2012

La cena de los i...interinos


Quedaron, no sin cierta guasa, para el miércoles 28 de diciembre, el día de los Inocentes. María y Luis venían de Madrid, Jorge de Valencia y Julia de Bilbao. Jaime los acogía en su casa de Córdoba. La excusa era la cena que celebraban cada año desde que se conocieron tiempo atrás en la universidad de verano de La Rábida mientras asistían a un curso sobre la obra de Juan Ramón Jiménez.
Jaime había preparado unos entrantes fríos, salmorejo y flamenquines (que cena tan cordobesa, ¿verdad?). De postre, una tarta de tres chocolates que cocinaba con ayuda de la Thermomix y que parecía, y sabía, como  auténtica repostería elaborada por el más delicado pastelero. Comieron, bebieron un buen tinto de Navarra que había traído Julia, y hablaron de mil temas pisándose la palabra los unos a los otros casi con ansiedad. Acabaron la noche jugando a las películas por equipos. Ganaron las chicas. Por poco, ¿eh?
A la mañana siguiente, cada uno viajó para reunirse de nuevo con sus familias. Antes de partir, acordaron que la próxima sería en Madrid y que llevarían puestas las camisetas verdes que Luis les había regalado. Una vez solo en casa, Jaime se tumbó sobre el sofá, abrió el periódico y comenzó a leerlo; como casi siempre, de atrás hacia delante. En la sección de Cartas al director se topó con una firmada por una tal Isabel Núñez Arenas. ¿De qué le sonaba ese nombre? De pronto recordó que había sido compañera suya durante unos meses en un instituto de la provincia de Almería, mientras él hacía una sustitución por una baja de maternidad. Su rostro le vino de inmediato a la memoria. Isabel era una chica vivaracha y locuaz, bastante divertida y a veces deslenguada. Sin embargo, la carta que firmaba destilaba un pesimismo feroz y una profunda amargura. Entonces le llegaron algunos ecos de las distintas conversaciones mantenidas con sus amigos la noche anterior. Perfectamente habrían encajado en la carta de Isabel. Tal vez sonando menos lúgubres, pero abriéndose paso como esas rabiosas verdades que es necesario que todo el mundo sepa. Dejó el periódico sobre la mesa y cerró los ojos. ¿Qué quedaba de esa reunión de amigos?, se preguntó. Y la respuesta le llegó, por deformación profesional sin duda, en forma de fichas, de hojas de observación. A saber:
María, interina, profesora de Lengua y Literatura. Número de registro personal xxxxxxxxxxxxxxxxxxx17. Cuatro años y tres meses de experiencia laboral. Dos oposiciones aprobadas. Casada, con un hijo de dos años. Marido en paro. Estudia de nuevo oposiciones para el 2012 sin saber si finalmente se convocarán plazas para Secundaria. Su marido cuida de su hijo por las tardes para que ella pueda estudiar a la par que realiza parte de sus tareas como profesora de un instituto en un pueblo de la comunidad de Madrid.
Luis, profesor en paro. Especialidad en Cultura Clásica. Nivel C1 de inglés. Seis años de experiencia en la docencia en centros públicos. Este curso no lo han llamado para trabajar. Dos oposiciones aprobadas también. Piensa rellenar solicitud para todas las comunidades donde se convoquen oposiciones, aunque sabe que con su especialidad lo tiene muy difícil. Estudia una media de ocho horas diarias. El resto lo dedica a trabajar junto a otros compañeros en campañas de defensa de la escuela pública.
Jorge, maestro de la especialidad de Primaria. Hace sustituciones desde Febrero de 2009. Comparte su vida con Félix, también maestro generalista. Félix trabaja como interino en un colegio de una barriada humilde de Valencia. Ahora sólo se ven los fines de semana, pues Jorge está dando clases en un pueblo a más de 150 kilómetros del piso que tienen alquilado en Cullera. Una oposición aprobada. Cuando se despiden los domingos por la tarde, se recuerdan mutuamente la obligación moral de no renunciar a una estabilidad laboral que les permita la estabilidad emocional tan deseada.
Julia, interina de Geografía e Historia. Número de registro personal xxxxxxxxxxxx53. Aficionada a la literatura al igual que sus amigos. Divorciada, con dos hijos. Nueve años de experiencia laboral en doce centros distintos. Una oposición aprobada; la que le permitió entrar primero como sustituta y, luego, coger una vacante anual. Está asustada. Sus hijos y ella viven de su trabajo. Su ex marido no le pasa pensión alguna ya que está en “desaparecidos sin fronteras”. Cuando acuesta a sus hijos,  ambos de corta edad, se mete en la cama con los temas de oposición hasta que, rendida, se le cierran los ojos. De vez en cuando, consigue que su vecina Maribel se quede con los niños por la tarde y así dedicar más tiempo a las oposiciones.
Después de ese breve repaso a las “fichas” de sus amigos, Jaime fue al cuarto de baño. Mientras se lavaba las manos miró su rostro en el espejo del lavabo y comprobó que él no era sino otro número más de registro “provisional”. Su novia vivía en Málaga, donde trabajaba en una gestoría. Ni siquiera se habían planteado compartir vivienda. Él era hijo único y sus padres, ambos enfermos y dependientes, vivían en el piso de arriba. Se consideraba afortunado de haber obtenido una vacante en Córdoba capital. Podía atender a sus padres cuando Catalina (contratada gracias a la ley de Dependencia) se marchaba a las tres de la tarde. Vivía con pesar el ver tan poco a la persona de la que estaba enamorado, pero entendía que ella no quisiera perder un trabajo por el que había luchado durante mucho tiempo. No estaba el panorama para gestos de romanticismo heroico. Se echó mano a la cartera y miró el décimo de lotería que había comprado para “el niño”. ¿Quién sabe?, se dijo. Tal vez esta vez no le toque a Fabra y la suerte se reparta entre tanta gente que lo necesita. Luego volvió al sofá y al periódico. Una foto de Esperanza Aguirre visitando una exposición se coló en su retina. Entonces intentó calcular el número de oposiciones que esa señora habría tenido que aprobar para haber sido ministra de Cultura y después presidenta de una comunidad autónoma durante tanto tiempo.
Por lo menos siete, se respondió.

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