A
Angélica le dije que no había perdido su tiempo en absoluto. ¿Qué le
iba a decir? Pues que las horas que ha pasado estudiando temas (que
fueron unos cuando comenzó su preparación y, luego, otros cuando el
señor Wert no los consideró adecuados), machacando cuestiones de
carácter práctico, perfeccionando su programación de aula y mejorando
las unidades didácticas de dicha programación, no han sido en vano. Que
esta segunda vez, que no ha sido en realidad más que una farsa, es sólo
eso, y que a la tercera va la vencida. Que la ilusión y el esfuerzo
tienen al final su recompensa. ¿Qué le iba a decir?
Y
lo mismo le repetí a Mª Ángeles, que con angustia me expresaba su miedo
e incertidumbre ante ese negro futuro que se le avecina. Y después, me
empleé en animar el alicaído estado de ánimo de mi amiga Carmen,
interina por méritos propios (y magnífica profesora), repitiendo la
misma cantinela y tratando de encontrar alguna expresión afortunada que
le diese un poco de esperanza.
Pero
esa jornada particular continuó. ¿Qué decirle a tu hermana cuando se
entera de sopetón de que su hija mayor se queda sin oposiciones y a la
pequeña le suben las tasas de matriculación 500 euros? ¿Cómo confortarla
si sabes de sus horas de sacrificio y las de su marido para darle a su
hijas la oportunidad que ellos no tuvieron? ¿De qué más se tendrán que
privar para que llegue el momento en que las vean valerse por sí mismas?
¿Cuándo llegará ese momento?
Al
final del día hablé con mi madre, como hago a diario. La pobre mujer,
con su demencia senil, confunde a Pedro Piqueras con Rajoy, de tal forma
que piensa que algunas de las medidas que el nuevo gobierno está
tomando son decisión del primero, pues, en su lógica, es él quien las
decide pues es él quien las anuncia. Y aunque me afano noche tras noche
en aclararle la diferencia entre ambos, la mujer le ha tomado tanta
tirria al pobre Piqueras que no sé cómo no se pasa el noticiario
rascándose la oreja.
Cuando
me fui a la cama, me dolía la cabeza. Antes de dormir, lo cual me costó
bastante, pensé que de alguna manera todos estos ataques a jóvenes y
mayores (no olvido al resto) deberían tener una clara respuesta, y ya me
estaba regodeando en alguna cuando me acordé del ministro de Interior y
me dije: Cuidado. Cuidado con
lo que dices o escribes, que a lo mejor con la nueva ley que este señor
planea, te pasas dos años en la cárcel por incitación a la violencia.
Por
eso, si alguno de ustedes está muy indignado, pero que muy indignado,
no piense en echarse a la calle a gritar como un poseso o algo peor.
Vaya y contrate un bufete de abogados del estilo del que nombro en el
título de esta entrada. Lo mismo hasta consigue un puesto de trabajo en
algún despacho… en la sección de “embargos y desahucios”, por ejemplo.
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