jueves, 2 de febrero de 2012

Mañana será otro día


Este es un viaje a la vocación perdida, a la vocación que huyó desalentada ante el pavor de verse aplastada por una mole llamada administración, un laberinto de hormigón horizontal lleno de pequeños habitáculos poblados por gente muy lejana a ella. Vocación que se evaporó por la incomprensión de aquellos que cerraban todas las puertas que ella les iba abriendo, por la indiferencia de una sociedad que no la valoraba, por el desafecto de esos otros a quienes cortejaba y dirigía su energía y cariño.
Es un viaje al cansancio, a la rutina, al esfuerzo del levantarse casi de noche mientras tu cuerpo y un pellizco en la boca del estómago te piden que te quedes en la cama. Es llegar a una habitación anodina y ver rostros que no te dicen nada, que apenas notan tu presencia delante de una pizarra desgastada sin haber tenido siquiera tiempo para ello. Es el hartazgo de observar cada día esos mismos rostros a mediodía sin que su expresión haya cambiado ni sus miradas muestren curiosidad alguna por lo que ven y escuchan.
Es un recorrido hacia la ausencia del impulso necesario que te ayude a continuar en la senda emprendida tiempo atrás. Un trayecto del que se fueron apeando quienes eran muchas veces un ejemplo digno de seguir, parte de un paisaje lleno de ilusión y del que no eran ajenos aquellos a quienes esa vocación se dirigía. Es una marcha que tu también quieres abandonar.
Y de repente ves que hay otro tren que parte en dirección contraria. Un tren al que han engrasado la maquinaria y dado una mano de pintura. Un viejo cacharro al que le cuesta trabajo echar a andar, que a duras penas sale de la estación, pero que, orgulloso, se hace oír  a través del típico sonido que producen las ráfagas del vapor de escape, llamando la atención de los que aún permanecen en el andén y de los pasajeros de otros trenes.
Y ves que en los diferentes vagones van pasajeros de muy diversa índole y condición social. Jóvenes y no tan jóvenes. Los que nunca perdieron la vocación de enseñar y los que ansían dedicarse a hacerlo. Van padres y madres que velan porque nunca decrezca el espíritu de sus hijos por formar parte de esa maravillosa aventura que es conocer y comprender. Y van niños y adolescentes que, con suerte, ayudarán a hacer de este mundo un lugar mejor. Con suerte, sí, y con esfuerzo y constancia.
Entonces, como en las pelis del Oeste, te tiras a la cuneta con el tren en marcha. Te sacudes el polvo y te dices: mañana será otro día, mientras intentas subirte a una vieja locomotora que nunca ha dejado de viajar.
(Para aquellos que, en estos tiempos, andan entre el desaliento y el desánimo. Nada dura eternamente)  

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