viernes, 16 de marzo de 2012

...y el triste arbolillo, sin hojas quedó


Enseñar no es un acto exclusivo de los profesores. Se enseña a un amigo a ser leal, a un amante a querer, a un hijo a obedecer, a un padre a confiar. Sin embargo, ¿quién no se ha sentido alguna vez como ese viejo maestro de La lengua de las Mariposas cuando es apedreado por su discípulo más querido?
¿Quién no ha experimentado la decepción que se produce al no lograr inculcar en los seres que nos rodean aquello que consideramos importante para su bienestar y seguridad?
¿Qué abuelos al desear para sus nietos un futuro sin los sobresaltos que ellos vivieron no pueden evitar albergar oscuras premoniciones que sacuden sus cansados cuerpos?
¿Cuántos docentes no se ven frustrados al despedir a demasiados alumnos que abandonan sus centros sin una formación que les haría valorar y apreciar todo el legado que nos dejaron tantos seres increíbles que habitaron este mundo y los que hoy continúan su labor? Aún peor, sin una formación básica para sobrevivir en una jungla cada vez más despiadada y feroz.
¿Qué hacer cuando la energía empleada en la transmisión de valores se estrella contra el timbre de las tres de la tarde y se diluye entre el agolpamiento del alumnado en la puerta de salida?
¿Qué queda de esa cándida batalla que inicia el joven profesor contra la basura que contamina una adolescencia que muchas veces no habla sino a través de un lenguaje hecho jirones?
¿Por qué un maduro profesor se empeña con obcecación en llegar a algunas mentes llenas de trivialidades y prejuicios, y trata de escarbar buscando luz en pozos cada vez más oscuros?
¿Por qué ese profesor no ceja en tan obstinado empeño y, de una forma razonada, no es capaz de ver que son enormes molinos de viento los que están detrás de esa creciente oscuridad?
¿Por qué no es capaz de entrever que nunca sus palabras cruzarán puertas blindadas por adultos que alimentan a sus cachorros con sus propios miedos y algún que otro aparato electrónico que los aísla aún más de lo que les puede salvar?
¿Qué siente ese profesor cuando quien tira la primera piedra a su cabeza no es un alumno al que aprecia sino su padre?
¿Arrojará el alumno la segunda?

Lo siento. Hoy no ha sido un buen día.

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