Martes por la mañana. Primer recreo. Sala de profesores. Alex e Icíar, de Biología y Matemáticas respectivamente, charlan de forma desganada, aunque a medida que se desarrolle la conversación, el espíritu de la misma se volverá más animado.
Alex.- ¿Hablaste con el jefe de estudios? ¿Te aclaró lo de las evaluaciones?
Icíar.- Sí, me dijo que iba por niveles, comenzaremos por 1º de ESO y terminaremos con 2º de Bachillerato.
Alex.- Qué imaginación. Total, que me toca venir hasta el último día.
Icíar.- Eso es lo que tiene enseñar a lo mejorcito.
Alex.- ¿Tú crees? Eso se acabó cuando terminó el último curso de COU.
Icíar.- Pero qué derrotista eres. O sea, que ya no hay alumnos inteligentes y trabajadores.
Alex.- Pues claro, joder, pero ¿en qué proporción?
Icíar:- En la misma que había antes, tal vez. Es como el vino, hay añadas mejores y otras peores.
Alex.- ¿Tú enseñas los mismos contenidos que enseñabas hace quince años?
Icíar.- Lo intento, pero es cierto que influye la base que traen de Primaria.
Alex.- ¿Lo ves? La equidad a la baja. Titulaciones para todos. No permitamos el abandono, aunque a costa de enseñar lo mínimo, pero ¿y los que admiten más?¿Esos no tienen derechos?
Icíar:- Deduzco que tu serías partidario de clases homogéneas donde los malos estuvieran con los malos y los buenos con los buenos.
Alex.- ¿No crees que los buenos aprenderían más y los otros al menos llegarían a lo mínimo deseable?
Icíar.- No estoy tan segura. Ya lo experimenté en otro centro y la dinámica que se establecía en el aula era perniciosa, pues la actitud de desgana y falta de disciplina de los que no querían estar en el centro contagiaba a aquellos que, aunque no podían llegar o les costaba alcanzar objetivos, querían aprender, y dar clase allí era un castigo. Además, ¿estamos preparados para afrontar eso? ¿quién se hace cargo de esos grupos?
Alex.- Se rota. Cada curso le tocaría a un miembro diferente de cada departamento.
Icíar.- Ya, díselo a un catedrático, o a alguien que lleve enseñando 25 o 30 años.
Alex.- Pero es que no podemos seguir bajando los niveles. Pronto nos conformaremos con aprobar a aquellos que sean capaces de decirte la tabla de multiplicar de memoria, o lo que es peor, nos limitaremos a pedir trabajos que se bajarán de internet y que valoraremos como originales cuando sabemos que se habrán limitado a copiar y pegar.
Icíar.- O simplemente comprobaremos que saben copiar y pegar utilizando un ordenador, je, je,
Alex.- No deberíamos menospreciar las nuevas tecnologías. Son una realidad, y parte esencial de la sociedad en la que vivimos.
Icíar.- Cierto, y también una fuente de problemas. ¿Has visto como utilizan estos las redes sociales?
Alex.- Sí, ¿y qué?, ayudan a aquellos que tienen menos habilidades sociales a expresarse, a conectar con otros que les comprenden.
Icíar.- Y también sirven para propagar la mentira, el rumor infundado, acosar a los más incautos, banalizar situaciones...
Alex.- El libelo ya se ejercía desde que comenzó la escritura y no por eso se dejó de escribir y leer. ¿Qué me dices de algunas publicaciones o programas televisivos? Nadie te obliga a ver esos programas. Existe el mando. Tú decides cuando cambiar de canal o apagar el televisor.
Icíar.- Un adulto tal vez. Un adolescente lo tiene más crudo.
Alex.- ¿No te hubiera gustado acceder a toda la información que hay a disposición en internet hoy en día cuando tenías 15 o 16 años?
Icíar.- Claro, pero procuraba hacerlo a través de lo que teníamos entonces: los libros, las revistas, la radio...los libros.
Alex.- Leer no está reñido con el uso de internet. Es más, puede estimular la lectura.
Icíar.- ¿De qué? ¿De una novela? ¿de un poema?
Alex.- A lo mejor de un descubrimiento médico importante, de una revolución. O del último escándalo de los Jonas Brothers. ¿O hay que censurar eso?
Icíar.- No creo que se deba censurar nada, pero eso último ¿le aporta algo a su educación?
Alex.- Lo mismo que a ti y a mí nos aportaba saber si a la Pantoja le gustaban las vacaciones en Mallorca sola o acompañada. El morbillo del famoseo es eso, morbo.
Icíar.- Bueno, no todo debe ser literatura, pero me preocupa la cantidad de tiempo que pasan frente al ordenador niños que apenas tienen doce años.
Alex.- Eso es cuestión de sus padres.
Icíar.- Y nuestra en cierto sentido.
Alex.- No estoy seguro. Yo enseño biología y espero que la educación la traigan desde casa. La responsabilidad, el sentido del esfuerzo, el buen comportamiento, eso se adquiere en la familia.
Icíar.- Tú tienes dos hijos, ¿no?
Alex.- Ya lo sabes.
Icíar.- ¿Te cuento algo?
Alex.- Tú dirás.
Icíar.- Hace una semana, mi hija Irene me mostró una página en la que tu hijo Álvaro y otros compañeros, incluida mi hija, mantenían una conversación para quedar el sábado por la tarde.
Alex.- ¿Y eso? algo normal, ¿no?, ¿se insultaron o algo? ¿Hubo algún problema entre ellos?
Icíar.- No lo sé. Le pedí que me eneseñara la página porque pensé que estaba haciendo algún trabajo que le habían mandado del instituto y sentía curiosidad ya que llevaba más de una hora frente al ordenador.
Alex.- ¿Y eso?, ¿me estás intentando decir que se estaban haciendo algo malo?
Icíar.- No, Alex. Te estoy diciendo que después de intentar leer la página durante un buen rato, no entendía nada de lo que se escribían, no parecía nuestro idioma, sin mencionar las faltas de ortografía. Al final, Irene me tradujo el texto, frase tras frase. De repente me acordé de Joyce y de Finnegans Wake...y de las novelas, Alex, de los libros.
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