viernes, 16 de septiembre de 2011

Mi hermosa peluquería

Hace pocos años, mi amiga Mari, antes de cumplir los cincuenta, decidió engancharse al yoga y desengancharse del yugo que asfixiaba en cierto modo su vida. Se puede cambiar, me repetía una y otra vez. Y juro por los dos Victorio y Lucchino que se ha comprado esta temporada que es verdad. Empezó a acudir a un centro de fitness exclusivo y allí hizo nuevas amistades. Como ella es mitad hippy mitad pija, se fue codeando con gente muy distinta: aquellos que la llevaban después del ejercicio físico a tomarse una birra en las tascas más baratas de la ciudad, y los que le proponían una infusión en las terrazas de moda. Lo curioso es que en el primer grupo abundaban los monitores que la atendían en el centro (no creo que sus sueldos diesen para mucho más) y en el segundo cada vez conocía a más políticos. Total, que a fuerza de tratar con esta casta, se fue forjando una teoría muy original sobre los diferentes tipos de personas que ejercen esa profesión. Me la expuso la otra tarde mientras nos tomábamos un whisky con cola en un bar tipo irlandés (yo estoy en el grupo de “mejores amigos” y tengo derecho a elegir lugar y bebida).
Como trataba más con mujeres que con hombres, centró su teoría en el género femenino de la política. Además, me explicó que se veía más capacitada para hablar de las mujeres, pues podía captar algunos pequeños matices que, probablemente, se le escaparían de los hombres. Yo le dejé caer que me parecía machista ese comentario. ¿Qué quieres?, me contestó. Me he pasado la vida viviendo con mi madre y mi marido. A los dos los conoces. ¿Debo añadir algo más? Pues es verdad, pensé. Y me reproché la torpeza de mis palabras.
Mi amiga Mari aún habla de izquierdas y derechas cuando se refiere al PSOE y al PP, pero no lo hace con convicción, naturalmente. Es que pertenece a una generación que siempre escuchó en sus hogares que en este país había gente de un lado y de otro, siendo buenos unos u otros en función de cómo sus padres vivieran las oscuras décadas que precedieron a la instauración de la democracia. A las mujeres del PP las divide en dos clases. La primera de ellas está compuesta por las del orgullo del claro mechón (teñido o no) y la femineidad a flor de piel y púlpito. Ejemplos: La Cospedal, la Botella (cuando va a la peluquería), la Aguirre, la graciosilla Soraya y, sobre todo, una concejal de nuestra ciudad que llegaría muy lejos si no fuese tan torpe y no la dejaran hablar en los lugares públicos. El segundo grupo está compuesto por todo lo opuesto a la estética de las boutiques de la Castellana. Son mujeres normalmente de pelo oscuro, cuerpo robusto, voz de mando y martillo en al frente (sin la hoz, of course). Aquí, la soberana por excelencia es Rita Barberá, que reina en Valencia sin oposición alguna, pues nadie osa llevarle la contraria a tan excelsa generala.
En el PSOE hay más variedad, pues es un partido que sufre mutaciones cada cierto tiempo. Las hay que tienen mucho que ver con el grupo del mechón del PP, pero no quieren que se les note: Trinidad Jiménez, la Salgado. Del segundo grupo de derechas hay menos (por eso tienen menos alcaldías, según mi amiga), pero en los últimos tiempos se han incorporado algunas como Rosa Aguilar. Luego están las jovencitas osadas como Leire Pajín o las osadas y sesudas (Bibiana Aído). Su look deja en algunos casos mucho que desear. ¿Es que no conocen Blanco o Massimo Dutti? No van a comprar en Gucci, pero tampoco en el mercadillo, por Dios, que son el escaparate de la oficialidad, dice mi amiga. Y por último están las intelectuales que además son un ejemplo de buen gusto. Y eso ya no se consiente en el partido. De ahí la añorada Teresa F. de la Vega.
Y ustedes se preguntarán que tiene que ver todo lo anterior con la educación, razón de ser de este blog. Pues mucho, se lo aseguro. Dime cómo te vistes, te tintas y cómo hablas y te diré cómo manejarás los asuntos públicos. ¡Cuánto te puede enseñar un traje de chaqueta sobre los recortes en asuntos sociales! Y no hablo de Camps, que, a menos que tenga un lado femenino que desconozco, no pinta nada en esta teoría. Piensen: un buen rato de coloración en la peluquería oyendo hablar de economía doméstica da para mucho. Entre otras cosas, para pillar sugerencias y saber dónde meter la tijera del presupuesto autonómico o nacional.
Desde luego mi amiga Mari ha formado su teoría desde una base sólida: su trato con las profesionales de la política en un sitio donde el sudor, los chorros de una ducha y el toque ligero de maquillaje antes de salir a la calle llevan a una intimidad que le otorga todo el conocimiento para hablar del asunto.
¿Y la reina?, le pregunté. ¿En qué grupo estaría? Ay, querido, de la reina no hablo. Pues yo sí, le dije. Yo me la imagino muy a gusto tomando un té negro con canela y hablando de peras y manzanas con la mujer de Aznar, y si no, pregúntenle a Pilar Urbano.

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