Es inevitable no mencionar el comienzo de curso. Pero voy a
escribir sobre el mío (¿el último como director?). Ya he escrito sobre la
difícil situación que atraviesan muchos centros educativos públicos en España,
aunque lo hiciera de modo socarrón y, quizás, sarcástico. Puede ser que aún
resonaran en mi mente los ecos de la relectura de la novela de Terenci Moix Garras
de astracán. ¿Saben?, la primera vez que la leí fue porque mi amigo Luciano
me la había regalado por mi cumpleaños. Me obligó a echarla en la maleta que
preparaba para viajar con él a Lisboa en un caluroso julio. Entonces yo tenía
un Renault 11 sin aire acondicionado y el viaje desde Huelva fue un infierno.
Nos reíamos pensando que íbamos a acabar peor que Thelma y Louise al
final de su huida. Ellas al menos se despeñaron por un abismo bellísimo,
decía mi amigo, pero tú y yo vamos a arder como dos pollos de corral mal
alimentados. ¿Se han percatado de las veces que la gente que viaja o desea
viajar fantasea con la idea de emular las aventuras de esos dos entrañables
personajes de la película de Ridley Scott?
Estuvimos cinco días en Lisboa. Puesto que conocíamos bien la
ciudad, por las mañanas decidimos explorar a fondo el Gulbenkian y por las
tardes nos echábamos sobre las hamacas que rodeaban la piscina. Me devoré el
libro en un suspiro entre carcajadas y alguna que otra lágrima no contenida, de
tal manera que Luciano me llamaba la atención de vez en cuando y me amenazaba
con volver a la habitación si continuaba dando semejante espectáculo delante de
los demás clientes del hotel. Era tan “mirado”, tan recatado. En realidad,
tenía un sentido muy marcado del saber estar. Y yo era como más ordinario (en
mi pueblo “un arbulario” de cuidado). Las noches las pasábamos en el barrio
alto, algunas veces hasta que amanecía.
Este verano volví a Moix, a los recuerdos, a las vivencias y
los sueños no alcanzados. Y de repente me encontré con el instituto abierto,
los exámenes extraordinarios, la organización académica, la elaboración de
horarios (¡ay, los horarios!). El día que se entregan sigue siendo el peor del
curso, y eso que los elabora el mejor jefe de estudios que un director puede
tener. Pero sería injusto si dijese que temo la reacción de mis compañeros,
pues la mayoría se pasan en el centro casi toda la mañana y bastantes tardes.
Atienden tutorías, reuniones de coordinación, sesiones de evaluación, cursos de
formación, corrigen y preparan clases en casa… No. Temo exclusivamente la
reacción de algunos de ellos. Esos de los que ya hablé en su día. Creo que a
estas alturas es evidente que soy un firme defensor de la enseñanza pública.
(Mi compañero Juan José lo explicaba muy bien tomando un café el otro día:
invertir en la enseñanza para todos garantiza los derechos de todos, una
justicia social igualitaria. Bueno, él empleó unas expresiones más rigurosas,
para eso es licenciado en Geografía e Historia y en Filosofía, vamos, un coco,
además de buen profesor). Pero al igual que todos los fontaneros no son buenos
profesionales, también en la educación hay profesores (pocos, afortunadamente)
que deberían dedicarse a otra cosa. Y son esos precisamente los que te ponen
verde en la sala de profesores durante todo el primer trimestre porque no
pueden salir los viernes antes de las una o las dos de la tarde. Menos mal que
siempre llega diciembre con el espíritu navideño y la cosa se va calmando.
Cuánto bien ha hecho Dickens a este mundo.
Pues bien, de este comienzo de curso me quedo con dos
pequeños acontecimientos. El primero es una conversación telefónica con la
madre de un alumno que terminó 2º de Bachillerato el año pasado. Un alumno
brillante académicamente y, lo que es tanto o más importante, una excelente
persona.
Me pongo al teléfono y esta señora, que también es profesora
de instituto, me dice: Antes que nada, pues mi llamada es referente a otro
asunto, tengo que comentarte algo que debería haberte referido en la fiesta de
fin de estudios que organizó el centro a finales de mayo. Su tono era
enérgico, un pelín cortante y me temí lo peor. Pensé que, como otras veces
habíamos tenido ciertas diferencias sobre el enfoque curricular de su hijo, me
iba a reprochar algo, no sé, lo cierto es que me sentí algo intimidado. Y de
pronto suelta: Qué valiente, qué osado fuiste con el espectáculo que
preparaste con los alumnos más pequeños. Nos emocionó y nos hizo reír tanto. A
lo mejor hay algunos padres que no piensan así, que un director no debe llegar
a exponerse de esa forma, pero tú lo hiciste, y eso te honra.
Mentiría si dijese que no me halagaron sus palabras. Mucho
más viniendo de una persona que se caracteriza por su sinceridad. La grabación
está en internet, pero no teman, no voy a darles la dirección. Además, para
aquellos que no me conozcan personalmente, pocos creo, prefiero que sigamos
así.
Lo segundo que quiero mencionar es que sigo dando clase, a
diferencia de otros directores. Incluso tengo dos grupos y una hora más. Pero
ha sido mi elección porque antes que nada soy profesor. Doy gracias por tener
la oportunidad de seguir enseñando. Y este año elegí impartir mi asignatura a
esos alumnos que me ayudaron a montar el espectáculo que antes he mencionado.
El primer día que entré en su clase vi cómo reaccionaban, observé sus miradas,
sus gestos de complicidad, un ambiente de expectación, la forma en que habían
comprendido que nuestra relación podía ser especial pero nunca de igual a
igual, pues yo no dejaría de ser su profesor y ellos mis alumnos, y así debía
de ser si queríamos que el hecho de la “educación” se produjese. Y lo mejor de
todo fue comprobar que todo eso ya lo habían aprendido mientras ensayábamos
unos pasos de baile y unos diálogos el curso anterior. (A propósito, no sé si
les he dicho que los elegí para esa “tarea” debido a la conflictividad que
presentaba el grupo). Ahora me toca enseñarles una asignatura, semana a semana,
mes a mes, algo que irán percibiendo como monótono y no tan divertido, pero si
todo va como estos primeros días, les aseguro que el que más va a disfrutar soy
yo. No hay nada más agradecido que preguntes en una clase a un alumno: ¿qué es
lo que más te gusta del instituto? y el alumno responda: los viernes a partir de las dos de
la tarde. Y entonces mires el reloj, mientras te diriges a la pizarra, y veas que marca las tres menos veinte. (Y
si es peloteo, bienvenido sea, aunque, fíjense, me da a mí que no).
Entrada escrita con el propósito de animarme a mí mismo ante
lo que me espera sin tener que acudir a mi compañera, la Orientadora.
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