domingo, 4 de septiembre de 2011

Baker Street revisited

Impresionante ver en la primera página del diario El País hace un par de días la fotografía de esa multitudinaria asamblea de profesores en Madrid. Qué pocas veces se nos ve juntos plantando cara a una administración (no hace falta que sea la de la Comunidad de Madrid) para exigir no ya que empleen más recursos humanos y materiales en la enseñanza pública, sino que dejen de recortar los que van quedando. Al mirar la fotografía me reconfortó ver que aún quedan ganas de luchar por un bien común tan necesario como es la educación.
Y ahora tocaría hacer un alegato a favor de lo que necesitamos y en contra de esos políticos a los que se les llena la boca de hermosas palabras durante las campañas electorales y luego no tienen inconveniente en dejar en la calle a miles de docentes. Pues no. Hoy no toca. Hoy me  apetece hacer una exaltación de la mantilla española y de las siete vidas que tiene un gato. Estoy yo algo caprichoso.
En mi pueblo, cada viernes santo (¿lo debo escribir con mayúsculas?) salían, y todavía lo hacen, varias mujeres ataviadas con tan distinguida prenda en la procesión del Santo Entierro. Hablamos de mujeres de diferentes edades, condición social e incluso ideología política. Mi madre, que fue modista durante 55 años, aunque nunca tuvo la suerte de vivir más conspiraciones históricas y políticas que aquellas que le contaba mi padre sobre los trapicheos de nuestro eterno alcalde franquista (pues duró en el cargo casi tantos años como el dictador en El Pardo), se apostaba en la ventana del cuarto de la costura para ver pasar a las que caminaban detrás del Cristo yacente al ritmo de la misma marcha fúnebre todo el tiempo que duraba la procesión; todas con semblante serio, rabillos de los ojos bien marcados y nulo carmín en los labios, ya que iban de luto y el cura, que era quien les daba el último visto bueno, nunca permitía más rojo que la pintura que simulaba la sangre de las heridas del Señor. En esos años lo rojo sólo se veía en la noche principal de la feria de agosto.
 El primer lugar de “las mantillas” lo ocupaba la mujer del alcalde, faltaría más. Era una señora espigada, sin una expresión definida en el rostro (lo cual venía de perlas en esa procesión) y de carácter reservado. En su casa ya tenían bastante con el carácter de su marido. Contaba mi madre que era una persona con muy buena suerte, ya que había salido ilesa de varios percances. Un día llegaban las “oficialas” (así llamaban en mi pueblo a las muchachas que ayudaban a las modistas a coser y aprendían el oficio al mismo tiempo) y decían: Manuela, hoy la alcaldesa estaba en la pescadería con el brazo escayolado. Dicen que se cayó al bajarse del coche del gobernador en Jaén. Otro día llegaba mi vecina Lolita y contaba: Hay que ver cómo he visto a la mujer del alcalde. Estaba hecha unos zorros. Al parecer le han picado varias avispas en la cara y la lleva más hinchada que una bota de vino en los toros. No se ha muerto de milagro, pues dicen que es alérgica a esas picaduras. Luego yo, que entonces era muy pequeño, oía a las oficialas murmurar y discutir si el incidente había sido provocado o no por las avispas. Quién sabe. En todo caso, mi madre zanjaba la cuestión exaltando la buena fortuna que tenía esa mujer. Dios la quiere viva, decía. Y Lolita añadía: Y la Iglesia también. Anda que no da dinero para arreglos de la parroquia.
El caso es que en la España en la que estamos, y por supuesto en la que nos viene, que será si cabe peor, deberían volver a implantar la asignatura de Trabajos Manuales. Y si se preguntan el porqué de esta idea que les puede parecer un tanto peregrina les diré como nació, así de repente, en mi imaginación. Ahora que hay tanto fracaso escolar, paro juvenil y no juvenil, violencia en las casas y en las calles, drogas…en fin, tanto caos, estaba una noche viendo el telediario cuando la presentadora daba la noticia del accidente de coche que doña Esperanza Aguirre había sufrido y, acto seguido, aclaraba que, por fortuna, la presidenta había salido ilesa al igual que en otros episodios anteriores (recuerden: el helicóptero, la India…). Pues bien, al mismo tiempo que miraba la televisión se me derramó un poco del yogur de soja que estaba tomando (qué revalorizado está ese alimento, ¿verdad?) y cayó sobre una revista antigua en la que aparecía doña María Dolores de Cospedal ataviada con esa magnífica mantilla en Toledo. Ya está, me dije. Esto es como el anuncio de los dos hombres que van en el tren comiendo el uno una salchicha y el otro, queso. Unes las dos viandas y ¿qué tienes? Bueno, en el fondo más colesterol, o a Merkel y Berlusconi en una cita a ciegas, pero en realidad yo vi cómo llevar una vida ordenada y tener buena suerte siempre. Y se lo digo al Ministerio de Educación: Estudien a la Aguirre y a la Cospedal. Refunden la Sección Femenina y ahorrarán profesores, tendrán  alumnos ejemplares con muy buena estrella (bueno, alumnas, porque lo de la costura no es de machotes) y ayudarán a preservar esta España que tanto se ha desviado de su camino en los últimos tiempos.

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