jueves, 22 de diciembre de 2011

Navidad


Después de cuarenta entradas, entre las cuales ha habido pequeños relatos del presente y del pasado, algunas quejas y protestas por la situación de la enseñanza hoy en día (¿qué nos esperará a partir de ahora?), episodios personales, y algún sentido homenaje a aquellos que fueron y son parte esencial de mi vida (aunque no estén todos, pero lo estarán), esta vez toca sencilla y llanamente desearles a todos los que acuden a este rinconcito de la red toda la dicha posible en este tiempo de Navidad.
Ya les mencioné en una ocasión que la mayoría de los docentes, a fuerza de tratar con niños o adolescentes, conservamos un componente pueril que no nos abandona en nuestra vida (lo decía el personaje de Fernando Fernán Gómez en Belle Époque ¿recuerdan?). Digo la mayoría porque los hay que, en el aula, en vez de personas, sólo son capaces de distinguir “asimiladores de contenidos” sentados en filas de anodinos pupitres. Pues bien, en mi caso, ese infantilismo llega a su máximo apogeo en esta época del año. Y esto no es debido a mi trabajo sino, una vez más, a las enseñanzas de esa abuela que tan presente estuvo en mi infancia y a la que otras veces he mencionado en el blog. Qué feliz era cuando, llegando diciembre, cobraba su pensión y hacía sus apartados para las compras de navidad. Lo cierto es que la pensión era más bien bajita, lo cual no impedía que hubiese lo suficiente para mantecados y turrones, latas de conserva, la botella de sidra y los juguetes de mis hermanos y mis primas. Cómo estiraba aquella mujer el dinero estatal que a duras penas compensaba toda una vida de trabajo y sacrificio. Cuando me fui al internado, pensé que acudiría a mi hermana para realizar esas compras navideñas, pero me equivoqué. Esperaba pacientemente a que apareciera un par de días antes de Nochebuena por la puerta de casa para ir juntos a la tienda de Josefa y llenar un par de bolsas con aquello que normalmente no tomábamos el resto del año. Luego en casa, era yo quien me encargaba de colocar todas las viandas de forma que pareciera que era ella la que traía la magia de la navidad a nuestras vidas. Lo cierto es que mis padres aportaban la mayor parte de lo que consumíamos hasta Reyes, pero nadie en la familia le quitaba “su sitio” a la abuela. En cuanto a los juguetes, también era yo el que los envolvía y los dejaba en la antesala del dormitorio de mis hermanos cuando estos ya se habían dormido. Lo hacía desde que era casi un niño y  seguí haciéndolo después cuando mis sobrinas nacieron. Mentiría si dijera que no disfruto con los presentes que recibo, pero aquella mujer me inculcó el disfrutar, tanto o más si cabe, observando la felicidad de quien rasga con ansiedad un papel de regalo sin saber lo que hay dentro.
Esta tarde he escrito veinte tarjetas de Navidad. Diez eran de Médicos sin fronteras y las otras diez de Intermon Oxfam (Sé que es torpe machacar con el tema de la solidaridad en estas fechas, pero no hacerlo es más torpe todavía). Estaban dirigidas a personas a las que aprecio. Me gustaría hacer lo mismo con todos ustedes, aunque a la mayoría de los que leen este blog ya los he felicitado, puesto que son amigos o conocidos y los veo con cierta frecuencia, pero a algunos de los lectores no los conozco, pues he descubierto en el apartado de Estadísticas que hay quien sigue estos relatos en Rusia, Estados Unidos, Alemania (aunque ahí imagino quiénes pueden ser), en Ucrania, Turquía, Francia, Singapur, Argentina; y quisiera creer que también en España hay gente de la que no sé nada y que, de alguna manera, disfruta con algunas de la entradas que escribo. Pues a aquellos que no me conocen tengo algo que decirles. Aunque firmo como Carlos M. Granada, en realidad me llamo Manuel y vivo en Huelva. Elegí firmar así por preservar el anonimato de algunas personas de las que hablo en el blog. Es más, la segunda entrada contiene alguna información para despistar (tengo un profundo cariño por los conserjes de mi instituto). Pero no se alarmen. Sólo ocurrió en esa entrada en particular. Después comprendí que podía escribir siendo yo y preservar la intimidad de los demás simplemente con modificar algunos nombres y algún lugar (especialmente al hablar de menores), tal y como mencioné que haría la primera vez que escribí en este blog. Conforme fui escribiendo, más necesidad sentí de ser verdadero, de evitar imposturas o modificar algún detalle por evitar algún conflicto. Lo que leen es lo que ha habido y hay en parte de mi vida. Para mí es reconfortante compartirlo con ustedes. Ojalá dentro de poco tiempo haya más y más gente que quiera visitar este lugar, pero si no es así, no ocurrirá nada. Mientras exista alguien a quien interese conocer qué tiene que decir un tipo como yo, ahí estaré. En cuanto a la firma, les diré que Carlos es un nombre que siempre me ha gustado. M es la primera letra de mi primer apellido, y Granada, la ciudad en la que nací accidentalmente, aunque me crié en un pueblo de sierra Mágina, en la provincia de Jaén.
Por cierto, ¿se han dado cuenta de las veces que el cine y la comida están presentes en estas historias? Yo lo descubrí hace un par de semanas. Se lo tengo que contar a mi compañera Flor, que va a un psicólogo, por si tuviera que preocuparme por algo…no sé, alguna cuestión no resuelta del pasado. Mira que si tengo alguna obsesión o carencia y me está dañando de una manera subconsciente...
Mil gracias, de corazón.

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