sábado, 14 de mayo de 2011

Los sueños

Anoche tuve una pesadilla. Soñé que el día en el que cumplía 26 años sonó el portero de mi piso a las 7.30 de la mañana y una voz grave se identificó como el cartero. Venía a traerme un telegrama. Asustado y temiendo enfrentarme al conocimiento de una mala noticia, pulsé el botón para que subiese. De pronto, comencé a escuchar un ruido que iba creciendo en intensidad. Se trataba de un grupo numeroso de personas subiendo las escaleras deprisa, gritando, riendo, empujándose entre ellos. Eran mis alumnos de 1º de BUP, los del B. En realidad, no vi al primero que llegó a la puerta pues iba escondido tras un peluche gigante. La segunda, ayudada por otra, portaba una enorme tarta de chocolate. ¿Podemos pasar? Preguntaron. Claro que sí, respondí, aún aturdido y sin saber muy bien cómo reaccionar. Entonces entraron todos al salón. Menos mal que era de un tamaño considerable. No por nada, sino porque era parte de un piso grande que compartía con otros dos compañeros interinos y un inglés que nos hacía un shepherd pie exquisito el día que se levantaba de buen humor, normalmente los viernes. Mis compañeros se levantaron y acudieron al salón entre sorprendidos y malhumorados al haber sido despertados de aquella manera. Entonces mis alumnos me cantaron el cumpleaños feliz y me entregaron el peluche y una tarjeta que todos habían firmado y donde se podía leer una frase entrañable. No hace falta decir que, mientras uno de mis compañeros iba  por servilletas y un cuchillo para servir la tarta, el otro intentaba acomodar a los alumnos entre el sofá y las pocas sillas que teníamos, en el suelo, en la terraza del balcón... y el inglés se restregaba los ojos y farfullaba algo en su idioma (creo que no muy agradable), yo todavía no salía de mi asombro y, aunque ponía empeño en ello, no podía ocultar una inmensa emoción. Parecía la mañana de Reyes, aunque era junio. Pasamos un rato muy divertido. Me contaron que los que vivían más lejos habían hecho levantar a sus padres a las seis y media de la mañana para que los llevaran a mi casa y estar a tiempo para subir todos juntos y que la sorpresa fuese completa. Si algún padre había protestado o puesto alguna objeción, habían insistido en que querían ser los primeros en felicitarme ese día. Nos contamos anécdotas que habían ocurrido durante el curso, algún que otro chiste, algún que otro cotilleo sobre la vida en el instituto. Y luego se marcharon, uno a uno, sin hacer ruido y me dejaron con la tarjeta y el peluche, que por cierto no podía dejar de mirar. Entonces, cuando iba hacia el cuarto de baño para darme una ducha, la que me daba cada mañana antes de ir al trabajo, noté que alguien me tocaba en el hombro y me preguntaba qué hacía levantado tan temprano. ¿Cómo tan temprano? Pero, ¿qué dices? ¿Acaso estás aún dormido y no te has dado cuenta de la que se ha formado aquí?. ¿Aquí? ¿Qué ha pasado aquí?, quiso saber. Venga ya, hombre, le dije. Déjate de tonterías, que tengo el tiempo justo para llegar a mi primera hora en el instituto. E hice ademán de dirigirme al baño. Sin embargo, él siguió preguntando. ¿Estás bien? ¿Tú también te has despertado por el ruido de los camiones de bomberos? Ha tenido que ocurrir algo gordo. Comencé en ese momento a asustarme. Di media vuelta y fui al salón. Un sudor frío comenzó a extenderse por todo mi cuerpo. La habitación estaba impoluta. La persiana de la terraza bajada, las sillas en su sitio. Fui a la cocina y no encontré restos de la tarta, ni el cuchillo en el fregadero. Volví al salón. No vi ningún oso grandote y de tacto suave por ningún lado. Entonces miré el reloj. Eran las cinco de la mañana. Afuera había oscuridad. Aún no había amanecido. Todo había sido un sueño. Desasosegado, sintiendo una melancolía absurda por algo que nunca había llegado a ocurrir, regresé a la cama. Tardé tiempo en volver a dormirme, a pesar de los esfuerzos en conciliar de nuevo el sueño. Cuando sonó el despertador, sentí como si acabase de cerrar los ojos. Me incorporé y, con una sensación de tristeza todavía dentro de mí, fui a la cocina a beber un vaso de agua. Tenía la garganta seca. Entonces, cuando atravesé el salón, lo vi. En una esquina, mirándome fijamente, estaba mi oso grande. Mi oso de color marrón y pelo gustoso. Y sobre la mesa del teléfono estaba la tarjeta que contenía esa frase que nunca olvidaré. Miré al calendario de la pared y caí en que era sábado. Un maravilloso sábado por la mañana del mes junio. Las clases habían finalizado dos días antes.
Una pesadilla, lo dije al principio, sólo un mal sueño.
Mis queridos alumnos de 1º de BUP B. Si algun@ leéis esto, quiero que sepáis que esta página es para vosotros. De corazón.
(Decía el personaje que interpretaba Fernando Fernán Gómez en Belle Époque: los maestros, a fuerza de tratar con niños, se puerilizan. Qué razón llevaba. Aunque creo que esas palabras son de Azcona, García Sánchez y Trueba, dichas por ese maravilloso actor suenan tan de verdad.)

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