Hace unos años pasé un invierno muy duro. Y no precisamente por el clima, pues vivo en un lugar donde esa estación del año es muy benigna con los que aquí habitamos, aunque algunos como yo, nacidos en pueblos y ciudades entre montañas, añoremos de vez en cuando el frío al que estábamos acostumbrados de pequeños. Y también la nieve, esa que nos regalaba algún que otro día de vacaciones y juegos inolvidables.
El motivo de mi pesadumbre fue una información aparecida en un medio de comunicación escrita, en la que se me hacía responsable de una acción que había propiciado el que una persona accediese a ocupar un puesto de trabajo en mi centro en unas condiciones cuando menos “irregulares”.
No antes, sino después de aparecer esa noticia, una joven periodista intentó que diese mi opinión sobre las declaraciones que el máximo responsable de la Consejería de Educación en la provincia había facilitado al periódico y en las que, más o menos, venía a decir que yo había solicitado ese puesto con un perfil muy concreto. En realidad, al leer esa opinión en la forma en la que fue publicada, si es que fue transcrita fielmente, muchos lectores podían llegar a la conclusión de que yo tenía capacidad para crear y conceder un puesto de profesor a mi antojo. Yo mismo habría pensado lo mismo si no hubiera sido el implicado. La joven redactora intentó varias veces que afirmara o desmintiese esas palabras. Nunca me tomé a mal esa insistencia, pues intuía que ella seguía las directrices que sus jefes le marcaban. Se limitaba a hacer su trabajo. Pero además, y esto es importante, en cualquier momento se pudo haber comprobado que la persona que se hizo cargo de ese puesto impartía horas reales de clase de diferentes asignaturas. Horas sobrantes de algunas materias que no podían ser atendidas por los profesores con plaza definitiva en el centro, pues ya tenían cubierto su horario semanal, incluso dando más docencia de la contemplada en la normativa vigente.
Aún guardo los recortes de periódico en los que, día sí, día no, aparecía alguna pulla sobre mi persona. Normalmente en una sección que no llevaba firma. Se decía que había rumores de que sería el próximo delegado de Educación, que tenía controladas las opiniones de los profesores de mi instituto, que tenía espías dentro del claustro. En fin, me convertí de repente en un trepa sin escrúpulos para un grupo de mis compañeros, incluso para algunos que me conocían desde hacía años. Lo que muchos desconocían era que en ese periódico trabajaba el hijo de una compañera del instituto al que conocía desde que era un adolescente y al cual tenía y sigo teniendo mucho cariño. Hubiese sido muy fácil acudir a él. No lo hice.
Al cabo de un mes, aproximadamente, ese periódico publicó que yo no había tenido nada que ver con la designación de esa persona. Sencillamente, llegaron a la conclusión (imagino que una vez que analizaron cuál es el procedimiento que hay establecido para tal efecto) de que no tenía capacidad ni para diseñar un perfil, ni publicar una convocatoria, ni de mucho menos, contratar a nadie. También guardo ese recorte.
Han pasado años y dos designaciones de Delegado de Educación. También ha habido designación de cargos administrativos de relevancia en la provincia o en la Consejería. Yo sigo en mi puesto, haciéndolo lo mejor posible, equivocándome también. Un día, un compañero que llegó nuevo al centro, después de tratarme durante meses, me dijo que un sindicato le había ofrecido unas horas de liberación lectiva si era capaz de destapar “la mierda que había en la Dirección” del instituto con respecto al caso que nos ocupa. Prometí a ese compañero que no rebelaría su nombre, pues sabía que podía perjudicarle. Pero ahí está. Están más cosas, y más documentos que podía haber sacado a la luz si hubiese querido entrar en el circo mediático en el que algunos querían que participase. Detrás de todo este incidente, como muchos pensábamos, había otro tipo de intereses, aparte de los puramente académicos o laborales, legítimos ambos. Y yo nunca he tenido, desde el punto de vista profesional, más interés que mi labor docente o administrativa.
Ustedes se preguntarán por qué callé. No es sencillo de explicar sin entrar en detalles que afectan a mi intimidad y a la intimidad de otros. Pero de lo que estoy seguro es que volvería a hacer lo mismo, es decir, volvería a callar. Creo firmemente en eso de que el tiempo pone a cada cual en su sitio y a cada cosa en su lugar. Todo es cuestión de ser paciente y, aunque no lo soy para otras cosas, entonces decidí serlo. Tuve apoyos, no demasiados, pero uno por encima de todos: el de mi pareja. La persona más honesta y sensata que conozco.
Por cierto, ha estado trece años en el paro. Haciendo algún trabajo esporádico (rindiendo cuentas a hacienda por ello, faltaría más) y hace dos semanas le han hecho un contrato de cuatro meses. Somos afortunados. Es mucho en los tiempos que corren. Se lo merece porque lo vale, porque lo demostró delante del tribunal donde se presentaba junto a otros candidatos.
Qué sencillo es hablar. Sale gratis casi siempre. Pero esta es una ciudad pequeña. Cuando llevas muchos años viviendo en ella, conoces a la gente, sobretodo a los que se mueven en tu ambiente de trabajo. Y conoces detalles, hechos, realidades. Cuando me llegaba lo que decían algunos, inmediatamente me venía a la memoria lo que sabía de ellos. Entonces comprendía que no me tenía que sentir ofendido. En todo caso, decepcionado, triste.
Qué sencillo es hablar. Sale gratis casi siempre. Pero esta es una ciudad pequeña. Cuando llevas muchos años viviendo en ella, conoces a la gente, sobretodo a los que se mueven en tu ambiente de trabajo. Y conoces detalles, hechos, realidades. Cuando me llegaba lo que decían algunos, inmediatamente me venía a la memoria lo que sabía de ellos. Entonces comprendía que no me tenía que sentir ofendido. En todo caso, decepcionado, triste.
No quería escribir sobre esto, pero sería hurtarles algo importante en mi vida profesional (y personal). Sin embargo, les digo: basta, ya está. Tengo cosas mucho más interesantes que contar para quien quiera leerlas. Hasta otra.
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