Subo a 1º de ESO C. Voy "calentito" porque llevo viendo alumnos de ese curso en mi despacho casi todos los días del año, y no precisamente para darles una palmadita en la espalda por su buen comportamiento o su esfuerzo por aprender. Entro en la clase y la tutora, profesional joven pero incansable en su lucha por sacar adelante a un grupo muy difícil, pide a los alumnos silencio ante mi presencia. Les explico que me encuentro allí porque acaba de suceder un incidente grave entre dos alumnos que se han pegado durante los cinco minutos que hay entre clase y clase. Observo, mientras hablo, que un alumno me ignora por completo, dedicándose a teclear en su ordenador, y le llamo la atención de una forma probablemente inadecuada. Textualmente le digo: qué ganas me están entrando de darte un bofetón. Nunca le he dado a un alumno una bofetada y no lo voy a hacer ahora ni nunca, pero es lo que te mereces en este momento por esa actitud despreciativa y altanera que estás mostrando.
Después, intenté hacer comprender al grupo que, tanto la tutora, como los profesores que les impartían clase así como la orientadora (otra mujer comprometida con su trabajo y de enorme ayuda a la hora de abordar los problemas que teníamos con esos alumnos) estaban hartos de la actitud de la mayoría de la clase y que no se iba a tolerar ninguna falta disciplinaria más. Durante mi monólogo, utilicé muchas de las argucias que he ido aprendiendo en mi experiencia como docente y como cargo directivo para intentar hacerles entender que debían modificar esa conducta tan negativa y comenzar a ser estudiantes dignos de ocupar esas sillas que ya quisieran para sí muchos adolescentes en el mundo.
Luego me llevé a mi despacho al alumno anteriormente mencionado no sin antes advertir a los que se habían pegado que llamaría a sus padres inmediatamente para advertirles de la sanción que se les venía encima. Cuando contacté con el padre del niño que tenía sentado al lado, ese que antes me había ignorado de manera chulesca, le expliqué los motivos por los que su hijo estaba en Dirección, sin omitir ninguna de las palabras que había utilizado para llamarle la atención. También aproveché la ocasión para decirle, a instancias de la tutora que se encontraba a mi lado, que el alumno mostraba de vez en cuando una actitud agresiva y de superioridad hacia otros compañeros.
Como suele ocurrir desgraciadamente de vez en cuando, ese señor sólo escuchó la parte que él creía relevante. A saber: que yo había sentido deseos de infligir un castigo físico a su hijo y que le había proferido graves insultos al llamarlo agresivo y prepotente. Esa era su interpretación de mis palabras. Ni que decir cabe que me disculpé inmediatamente por lo inapropiado de mi intervención al intimidar al pobre chaval indicando mis deseos de darle una galleta. Me disculpé dos veces para que ese señor comprobase que verdaderamente estaba arrepentido de mi actuación (¿lo estaba?). Todo esto mientras su hijo escuchaba con atención (esta vez sí) sentado, perdón, tumbado de forma indolente en uno de los sillones de la mesa de reuniones. Para finalizar, le indiqué que no iba a retirar los adjetivos utilizados sobre la conducta que su hijo mantenía con otros compañeros, pues ese tema lo debería hablar con la tutora o los profesores que la habían observado. Él acabó diciendo que se cruzaba en la calle con algunos de ellos y jamás le habían dicho nada. Es que la calle no es el sitio adecuado para tratar esos temas, le contesté yo. Le deseé buenas tardes y colgué el teléfono.
Dos apuntes: cuando hablé al chaval de esa forma, lo hacía desde las tripas, siendo incorrecto en la formas, que nunca se deben perder, pero utilizando un lenguaje que pensé que el alumno entendería mejor y que más de un lingüista estaría de acuerdo en afirmar que conlleva un sentido de afectividad positivo para alguien que tiene doce años. En segundo lugar, la madre llamó después y se disculpó por la reacción de su marido y el comportamiento de su hijo.
Lo dicho otras veces. En un centro escolar todos aprendemos cada día....bueno, casi todos.
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