viernes, 14 de octubre de 2011

Una jornada algo particular

Hay días que deberían transcurrir a cámara lenta. Hay momentos dentro de esos días en que deberíamos tener la oportunidad de decir “corten”, reflexionar sobre  la experiencia vivida y decidir si queremos repetirla de forma diferente, aunque sólo pudiéramos modificar algún matiz, porque los matices son importantes.  También lo es la percepción con la cual captamos esos matices. Y así, como unas gotas de lluvia pueden arruinar una apariencia trabajosamente cuidada si caen en el lugar menos apropiado (pongamos en la parte trasera o delantera de un pantalón o sobre el escote de una blusa de fina seda), una mirada, una pregunta, una respuesta o un comentario desafortunado acaban por estropear una situación prometedora, un momento que podía haber sido feliz…el comienzo de lo que nunca será realidad.
¿Quién no ha soñado con cambiar algún aspecto de su vida o su vida entera? Recuerdo a mi madre cuando se enfadaba con  mi padre y exclamaba: ¡Ay si tocaran a descasarse! Yo sería la primera en la puerta de la iglesia. Claro que entonces el divorcio era ilegal y mi madre no hablaba en serio, o al menos así me lo parecía. Pero a veces con lo que se sueña es con cambiar la vida de los demás. En el fondo, mi madre, más que descasarse, quería un marido que se comportase a menudo de otra manera, que fuese más cariñoso. Yo qué sé. Tal vez quería un hombre como el que escuchaba en las radionovelas a la hora de la siesta. ¿Y mi padre? ¿Qué quería mi padre? Pues a lo mejor una guapa mujer de las que describía en sus novelas Marcial Lafuente Estefanía. Pero seguro que los dos ansiaban una vida menos dura, una libertad que apenas llegaron a gozar… ¿quizás unos hijos diferentes?
Acabo de llegar a casa, muy cansado. Entré en el instituto a las 7.45 y he salido a las 15.10. Hoy es viernes. Entre clases, burocracia, organización escolar, la extracción de una muela del juicio en media hora que tenía libre y un lamentable episodio (error mío) con un compañero que además es un amigo de siempre, me pregunto cuántas de mis actuaciones cambiaría en este día. Evidentemente no hubiese actuado con este amigo de la forma en que lo he hecho. Tampoco me hubiese hecho sacar esa muela, o a lo mejor me debería haber ido a casa después del dentista y por tanto no se hubiese producido la situación anterior. Tal vez debería haber prestado más atención a un problema de unos chavales de 1º de ESO (¿habría tenido tiempo?). Podría incluso haber sido menos estricto con mis niños de 2º, a los que adoro aunque me causen más de un dolor de cabeza y cierta frustración.
Sin embargo, el destino es obstinado. Hoy yo tenía que estar toda la mañana en el instituto, salir algo más tarde de lo normal y reparar en la presencia del único alumno que quedaba en la entrada del centro. Esos minutos de conversación con él creo que ayudarán a sus padres (con los que me dispongo a hablar cuando termine de escribir estas líneas) a solventar un problema que considero grave. Desde luego van a tener la información que precisan para involucrarse y buscar una solución. Entonces, ¿qué? Pues eso, como soy contradictorio e imperfecto (Almodóvar dixit) hoy debería haber sido un día a cámara rápida, donde todo sucediese como ha sucedido, pero deprisa, muy deprisa, con menos dolor (de muelas) y menos tensión.
 Ah, en la próxima entrada me extenderé sobre los matices. Hay tanto que hablar sobre los gestos, las pequeñas observaciones, la muletilla al final de una conversación. En fin, esas pequeñas cosas que tanto daño pueden hacer. Ahora, si me disculpan, voy a marcar unos números en el móvil.


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